SI LOS RESPONSABLES de Televisión Española cercenasen para una parte del territorio la emisión no ya de una película pornográfica, sino simplemente un reportaje sobre la implantación del aborto libre, la bondad de las relaciones homosexuales o el matrimonio gay, las ventajas de la educación para la ciudadanía, la repercusión mundial de la alianza de civilizaciones, la indiscutible intelectualidad de la izquierda o cualquier otro asunto que le interese a la giliprogresía, a estas alturas habrían salido a la calle los indignados del 15-M, los actores de la ceja circunfleja, los asaltantes de supermercados -y también de hoteles-, los sindicatos de Méndez y Toxo -ozú, ozú-, los antisistema que viven del sistema y un sinfín de agitadores descamisados dispuestos a no permitir que se menoscabe la libertad de expresión. Sin embargo, como Televisión Española emite reportajes y programas sobre los citados temas sin que suceda nada noticiable, que es lo normal, y ahora también ha decidido retransmitir de vez en cuando una corrida de toros, el alboroto del socialismo español, el tardocomunismo patrio y la mentecatez hispana ha vuelto a poner el grito en el cielo. Incluso en el cielo de Canarias recurriendo a que en esta comunidad están prohibidas las corridas de toros en virtud de la Ley contra el maltrato a los animales. Algo falso, pues esa norma -cito expresamente a Lorenzo Olarte- se refiere a los animales domésticos. Un toro de media tonelada no parece que sea precisamente una mascota faldera. En definitiva, los toros están prohibidos en Cataluña -lo cual obliga a los aficionados catalanes a ir a Francia para verlos, como iban a Perpiñán en tiempos del franquismo a ver Brando en el último tango-, pero no aquí, si bien eso es lo de menos.

¿Que una corrida hiere la sensibilidad de algunos? Pues que el ofendido cambie de canal. Es lo que hago yo, por ejemplo -también porque su mera presencia me hiere la sensibilidad y algo más-, cuando aparece una señora impartiendo doctrina en debates de mucha resonancia, sin otro mérito, miren por donde, que haber cohabitado con un torero. Individua cuyas diatribas sigue sin pestañear el ochenta por ciento de la población de este país. Tales espectáculos sí deberían ser cortados, aunque solo fuese para no deteriorar más la penosa imagen que ofrecemos de puertas para fuera. Y ya que hablamos de lo que ocurre más allá de la frontera, cabe recordar que Francia -el adorado país de la progresía ibérica- declaró a los toros bien de interés cultural el año pasado.

Tampoco podemos olvidar que Televisión Española subsiste porque la pagamos todos. Tanto los aficionados a los toros, entre los que no me incluyo, como sus detractores; grupo este último al que tampoco pertenezco. Y aficionados, los hay; curiosamente más en las Vascongadas que en el resto de España, habida cuenta de quela mayor audiencia se consiguió el miércoles en el País Vasco. En cualquier caso, la cuota de pantalla de la televisión pública subió en todo el país con la retransmisión de esa corrida. Qué golpe para los enemigos de la lidia. Por cierto, ¿puede explicar alguien por qué tanta gente, también en Canarias, sigue sin quitar de su casa la bandera española que puso cuando la selección de fútbol disputaba la Eurocopa?

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