FUE CON MOTIVO del libro publicado por el recordado Aurelio Ayala, donde desbroza de manera magistral las vivencias de su personaje central, Juan Ramón; y quería que escribiera unas letras de dedicatoria, puesto que en él se hace referencia a mi padre. Aparte de ello, tenía desde hace algún tiempo ganas de hablar con Juan Ramón, más que nada, escucharle, dejar que fluyeran desde su memoria personajes, anécdotas e innumerables cuestiones relacionadas con nuestra isla de El Hierro.

Las preguntas que le hice sobre el acontecer de la Isla las desbrozaba atando el tiempo viejo con el nuevo, con la esperanza de una isla que promete seguir en el pálpito de su desarrollo, a pesar de todas las inconveniencias que puede soportar un cuerpo chiquito, como la Isla, que aún está sometida a un proceso de crecimiento y que personas como Juan Ramón han hecho posible que los estirones que se hayan producido sean en parte contribución de su esfuerzo y profesionalidad.

Juan Ramón, como médico, no solo ha dedicado y dedica su tiempo a verse reflejado en los pacientes, en las cuestiones sanitarias que atañen a la Isla, sino que su cobertura personal va más allá, con la importancia que tiene todo lo anterior, por supuesto. Discurre y llega al meollo del verdadero intelectual, del hombre preocupado no solo por la sanidad, sino por la política, por la cultura y por todo aquello que comprende y corresponde al concepto limpio y estimulante de lo que debe ser una isla que ha vivido en su tiempo histórico verdaderas penurias y carencias de todo tipo. No se acantona en parcelas definidas, rompe cercos y enlaza vicisitudes que van desde su infancia, plena madurez, hasta ahora, que sigue en ella instalado, y lo hace con una contundencia argumental definitoria y definitiva de la persona capaz de saber y haber entendido perfectamente el entorno sociopolítico de un territorio más amplio como puede ser el español, el canario, hasta llegar al herreño.

La conversación mantenida días atrás en su casa del Tamaduste fue para mí un regalo al recuerdo. Dispuso a la memoria en el mejor tiempo de cada uno y podíamos haber estado oyéndolo horas y horas, porque cuando se desarrollan vivencias comprometidas y audaces, la enseñanza que se extrae es de exquisita calidad, además de ser una gratitud que se obtiene simplemente con la pregunta, simplemente con la mirada perdida, rebuscando por medio del espejo retrovisor cómo fue todo, cómo sucedió y cómo se desarrolló.

Los pueblos no se mueven si no hay personas capacitadas para hacerlos mover; los pueblos dejarían de existir y perderían su identidad si muchos de los que en ellos pasan su vida solo se limitaran a verlas venir, a vivir al día, sin consentimiento siquiera individual, donde cualquier cosa que se hace está bien. El compromiso, la reflexión y la honestidad, cuando se "introyectan" en las personas, y si llega uno una tarde y se las cuentan, no cabe duda de que es un tiempo que se necesitaba y que es altamente gratificante, dado que la memoria, el recuerdo, la historia, en definitiva, es bueno que siga depositada en los que tienen la capacidad de trasmitirla sin resabios y adornada con una gran altura intelectual, y más aún cuando han sido la mayoría de las veces protagonistas de esa misma historia.

El tiempo aquel de conversación en su casa fue una gozada, y queda en eso: en un grato momento deseado y que yo esperaba se hiciera realidad. Como así fue.