Tenemos una democracia en pañales, en la que el pueblo solo cuenta a la hora de meter una papeleta en una urna. Una vez hecho esto, la clase política hace con los votos de los ciudadanos lo que más interesa a sus partidos, no al bien de la nación.

Cuando se hizo la Constitución española, las miras de los que la confeccionaron no estaban puestas en el pueblo español, este no les inquietaba ni les preocupaba. Estábamos saliendo de una dictadura que duró muchos años y deseábamos parecernos políticamente a las naciones de nuestro entorno. El pueblo hubiera votado cualquier cosa con tal de que en su portada apareciera la palabra mágica: democracia.

Los luchadores contra la dictadura, en tiempos de Franco, no todos eran demócratas, cada grupo luchaba por sus objetivos: había quien luchaba únicamente por conseguir una franja de poder, otros porque creían y siguen creyendo que es más fácil conseguir una independencia secesionista con gobiernos débiles que con la rigidez de un gobierno dictatorial. Pero también había quienes aspiraban a formar una dictadura de signo contrario, aunque para esto, dadas las circunstancias, tendrían que esperar muchos años para poderlo conseguir. Por último estaban los demócratas de buena fe, que numéricamente eran mayoría.

Cuando llegó el tiempo de la transición y de confeccionar una nueva constitución, el mayor problema que se planteó fue contentar a estas diversas facciones, no en pensar que se estaba haciendo la Carta Magna o ley de leyes para los españoles. Se inventaron las autonomías, forma de repartir el poder entre muchos, sin pensar el coste que a la larga acarrearían estas instituciones. Pero así se contentaba a la clase política, ávida de poder. No se regularon bien las competencias y organización, sino que se dejaron todas las puertas abiertas para incrementar el poder de las mismas.

Hoy tenemos una nación invadida y arruinada por la clase política, en la que el pueblo no pinta nada, solamente es empleado para recabar de él impuestos y más impuestos. Ni siquiera los grandes temas, como pasa en otros pueblos, se someten a referéndum.

Dada la circunstancia actual de crisis aguda y falta de recursos, todos comprendemos que hay que hacer recortes y prescindir, en primer lugar, de todos los gastos innecesarios, pero empezando por adelgazar la máquina administrativa, que ha terminado por ser tan pesada que el pueblo español no tiene más energía para tirar de ella. Pero esta idea parece que es repelida con toda fuerza por los que conducen y se benefician de ella.

El pueblo está pidiendo una auténtica democracia y otra forma de hacer política. No queremos políticos sordos.

Juan Rosales Jurado

(Los Realejos)

El incendio de La Gomera: crimen de lesa majestad

El sufrido y abnegado pueblo gomero no merecía tal desprecio. No haber actuado debidamente en previsión de incendios y, lo que es peor, no actuar como es debido después de iniciado el fuego. Y mucho peor: al final, para remachar, llevarse los hidroaviones de vuelta a España (digo "España" porque nos tratan como si fuéramos una colonia). Esos hidroaviones están en Sevilla, al igual que el Arzobispado y la Unidad de Quemados, como si todavía estuviéramos en el XVI, cuando Sevilla era la puerta de entrada desde las colonias de América. Aunque ya se sabe, si el Arzobispado, la Unidad de Quemados y los hidroaviones estuvieran en Canarias, se ubicarían en Las Palmas. Por lo menos, estarían más cerca.

Puede que el único pecado de La Gomera haya sido votar mayoritariamente al PSOE. Los políticos de tres al cuarto se están tirando los tejos a la cabeza... Politizar un asunto tan tremendo no tiene perdón... Hablan de pedir responsabilidades. A esos políticos irresponsables no les pasará nada, para eso están "aforados".

Vuelvo a repetir: el pueblo gomero no se merecía tal desprecio. Los gomeros están por todo el orbe. ¿Hay algún país donde no haya algún gomero? El gomero, vaya donde vaya, es querido y apreciado. En trabajo y honradez no le gana nadie.

El daño que se ha hecho es muy grave. No sigo objetando para no pasarme de la raya. Hablen ustedes con la gente que perdió su cosecha, su ganado, su casa... ¡Qué pena! ¡Para llorar!

J. M. La Serna