CON UN EXIGUO crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) por habitante del 2,7% (19.806 euros) en 2011 con respecto al año precedente, que contrasta con una escalada en los últimos meses de la tasa de paro hasta el 25%, sin tener en cuenta la caída del PIB algo más de un 4% desde el año 2000 hasta 2009, y un retroceso de la economía hasta los niveles de 2000, como se ha constatado en el último informe del Consejo Económico y Social, Canarias parece tener poco margen para el optimismo, principalmente, por la elevada dependencia exterior e influencias propias de una economía globalizada. Sin embargo, si bien se hace una valoración moderada de la situación económica de las Islas, bien es cierto que el Producto Interior Bruto per cápita ha experimentado un crecimiento considerable con respecto al año 2000, que alcanzaba los 14.845 euros por persona, según el Instituto Canario de Estadística (ISTAC), pero también el paro. El desempleo registrado en las Islas en agosto de este año fue 288.666 personas frente a los 83.143 de 2000, un nivel de paro que roza el límite de lo soportable para la estabilidad económica y social de las Islas que parece no cuadrar con la mejora de la renta per cápita y que, a mi modesto entender, contradice las estadísticas.

El informe elaborado por el Consejo Económico y Social pone de relieve, entre otros aspectos, el impacto de la crisis económica en el tejido productivo del Archipiélago, particularmente, en la industria y la construcción (víctima de la burbuja inmobiliaria y de una cierta falta de previsión o actitud de miras de las distintas administraciones y agentes económicos y sociales que no tuvieron en cuenta las posibles repercusiones de un exceso de la capacidad de carga del territorio para absorber un crecimiento que ya se perfilaba desaforado y brutal). Solo el sector servicios (el turismo), que no ha sido ajeno a la destrucción de empleo, ha permitido salvar los muebles de una maltrecha economía cuyos síntomas más dramáticos se evidencian en la caída acumulada del acceso de las empresas y familias al crédito en torno al 60% en el acumulado de 2009 y 2010; la destrucción de empleo como consecuencia del cierre o reestructuración de empresas, el aumento de la pobreza y la exclusión social hasta rozar límites alarmantes si nos atenemos a la creciente demanda de ayudas de emergencia, alojamiento o, simplemente, comida vienen a dibujar la otra cara de la realidad socioeconómica de las Islas. A la penuria que reporta el aumento del paro en la población se suma el dolor de los recortes y ajustes económicos del Estado y, por ende, de la comunidad autónoma, cabildos y ayuntamientos debido a la merma de ingresos y tensiones de tesorería o de liquidez.

La demanda de servicios y ayudas sociales dibuja un panorama menos amable que el baile de datos estadísticos que manejan las instituciones y que pudieran verse desbordados por la cruda realidad, dado que todo muestreo que se precie suele tener desviaciones y márgenes de error, aunque confieso que soy un profano en esta materia.

Sin embargo, en el documento divulgado recientemente se ponen de relieve las debilidades y fortalezas de la economía del Archipiélago. Es decir, un repunte de las actividades en turismo, industria y nuevas tecnologías, así como el ámbito de la restauración, en contraste con el aludido descenso en la agricultura y la construcción.

El abandono del campo y la falta de alicientes podrían estar detrás del descenso del uno por ciento en la agricultura, en comparación con el incremento del dos por ciento en el resto del país, y es que no se debe perder el papel estratégico que desempeña el sector primario, aunque en Canarias dista mucho de alcanzar el autoabastecimiento.