UN DÍA te piden la vida laboral, ese documento que recoge las horas dedicadas a trabajar con nómina, retenciones de IRPF y seguridad social, pues ya se sabe que las mujeres hacemos luego otra jornada sin remuneración, sin pagas extras y sin seguro, tan larga como periódica, y sin vacaciones. Es esa que con un poco de suerte te reconocerán con un "mi mujer cocina muy bien", "es muy ordenada y nos tiene a todos como palmitos", "le gustan las flores y la verdad tiene mano para ello" o el consabido "es que de buena es boba". Algo así debió pensar el ordenanza que me atendió hace unos días en una de las delegaciones de la Tesorería General de la Seguridad Social. No citaré en cual, ya que luego pasa lo de siempre, que paga justo por pecador, y no se trata de añadir más leña al fuego en contra de los funcionarios, pero sí de decirle a alguno de estos memos que aprobaron una oposición de mayores, a fuerza de aburrir al tribunal, que ser funcionario no le da patente de corso para ser maleducado, pues la persona que le pide información es un administrado que contribuye al sostenimiento de su recortado salario.

Volvamos a la historia en cuestión. Llegas y haces una primera cola en la que te preguntan por el trámite a realizar, te informan amablemente que no es allí, que debes subir a la segunda planta. Esperas tu turno de nuevo en una fila donde un empleado de la empresa de seguridad, con voluntad y buen talante, va orientando a los que, como yo, no sabemos de qué va la cosa. Hasta aquí todo iba bien, pero llega el ordenanza y ocupa su lugar en el mostrador de información y, por esas casualidades del destino, es el que me atiende. Sus movimientos al sentarse son lo suficientemente expresivos para los que tenemos nociones de lenguaje no verbal, es decir, ausencia de sonrisa, no mirar a los ojos, dejarse caer en el sillón, coger el teléfono mientras te atiende, brusquedad al colgar el auricular, bufidos al hablar... Vamos, que trabaja por obligación y sin devoción, es decir, le sobran el puesto y el sueldo.

Un ¿qué era lo suyo? surge tras la pantalla del ordenador. Le indico que una vida laboral y me pregunta que si tengo el código puk, ¡oiga, sorprendida me quedo! ¿Me está preguntando por el del móvil? Sin darme tiempo a responder me indica que seguramente mi DNI es viejo y que vaya a la Policía Nacional a solicitar que me lo activen, que regrese con él y que entonces en los ordenadores me darán la vida laboral. Me dejó el hombre confundida y traspuesta, pues piensas en una tercera cola para el código, en una cuarta para dárselo al individuo y luego esperar a que la impresora vomite la información solicitada. Aprovecha el susodicho para comentar que nos aprendemos lo que no nos tenemos que aprender y que lo necesario lo obviamos. ¡Enterado que me salió el muchacho! ¿Quién le ha dado autorización para decidir sobre lo que tengo o no que almacenar en el disco duro y cuáles son mis prioridades vitales? Le digo que quiero que me atienda un funcionario y sin ponerse colorado ni nada me suelta: "Ellos no le van a solucionar nada". Pues más perpleja me quedé, es decir, que esos señores que han opositado para una plaza, que tienen que estar actualizando continuamente su información en función de cómo y cuánto vayan cambiando las normativas, que tienen a sus espaldas generalmente una dilatada experiencia, esos, esos no saben nada.

Insisto en que debo de ser atendida por uno de ellos, dado que tengo un error en el cambio de domicilio, y él erre que erre, que primero el puk o el pin y luego lo demás, pero que allá yo y, entonces, justo cuando estoy a punto de decirle que me alegro que le hayan quitado la paga de Navidad, que le redujeran parte de su salario, que le hayan obligado a colocar su huella en el control de entradas y salidas..., en ese instante en que la paciencia comienza a perder su nombre, estira el brazo y casi me agrede con el número que me tira en el mostrador. Mascullando entre dientes esperé mi turno, y tuve la fortuna de encontrar al otro lado de la mesa a una funcionaria amable, educada, de las que te invitan a sentar, que te brindan una sonrisa y te aportan una solución. ¿Tiene Vd. el móvil a mano? Sí, le respondí. Bien, déjeme el número y a través de SMS le llegará una clave de acceso para que pueda llevarse la vida laboral sobre la marcha. Dicho y hecho, cuestión de minutos.

Cuando salí de la planta le di al conserje las gracias, comentándole que me iba con todo solucionado. Su respuesta fue mordaz: ¡pues ha tenido suerte! ¿Qué quieren que les diga? Que casi le grito un ¡imbécil! del tamaño al menos de mi vida laboral, pero descastados así no valen la pena, son de los que se están cavando su propia fosa, pues ante estos comportamientos y la candente situación que atravesamos, es más que probable que un día el pueblo saque la guillotina a la calle para terminar con tanto chupatintas de tres al cuarto, cuya burda conducta denigra a los profesionales de verdad, a los que son conscientes de que su trabajo forma parte del engranaje del Estado y tratan al respetable como seres humanos.