UNA TRADICIÓN popular cuenta que en el año 1930, una pertinaz sequía asolaba los campos y tierras de España. En la plaza de un pueblo sediento de la región valenciana, las autoridades locales se disponían a asistir a la bendición de una fuente pública. Entre los habitantes del pueblo había corrido la voz de que sucedería algo milagroso. El cura encargado de bendecir tal obra municipal, sabedor del rumor, no quiso frustrar aquella esperanza que tantos réditos podían suponer para su iglesia y para el partido político del señor alcalde. Así que, en el momento de la bendición, anunció a la multitud expectante y sobrecogida: "En el instante de ser bendecidas estas aguas, adquirirán virtudes medicinales para el cuerpo y para el alma. El enfermo sanará con ellas, y la mujer que tenga un marido incrédulo lo verá convertido en cuanto se las dé a beber". ¡No vean ustedes la que se armó! Todo el mundo corrió en busca de los más variados recipientes: cántaros, cubos, tinajas, bidones y todo tipo de envases donde recoger aquel milagroso fluido que iba a manar por la espita de bronce cuando el alcalde girara la llave de paso adornada con la enseña nacional. ¿Y qué ocurrió? Que el primer edil, temeroso de que aquel aluvión de gentes extenuase en poco tiempo el parco depósito de aguas municipales, le susurró al párroco, mientras fingía una sonrisa protocolaria: "Padre, con su ocurrencia nos van a secar la fuente". Por lo que el cura, consciente del problema, advirtió al gentío: "La virtud de esta agua se acabará dentro de media hora. Así que es inútil que traten de acapararla".

Por la espita del desarrollo canario sale líquido que posee virtudes medicinales para el cuerpo del urbanizador y para el alma del turismo, y al que también, parece, le queda media hora. Somos hacedores de jardines en el desierto, de verdes praderas con 18 hoyos, de miles de piscinas de agua azul transparente. Allí acuden con sus grandes recipientes los genios del capital a recoger los frutos de sus inversiones milagrosas. El presidente Paulino Rivero hace el mismo papel que el párroco de nuestra historia. Se le oye entonar el salmo bíblico: "El Señor es mi pastor, nada me falta. En prados de hierba fresca, me hace descansar, me conduce junto a aguas tranquilas y renueva mis fuerzas"; y el consejero de Agricultura, Ganadería, Pesca y Aguas, Ramón Hernández Gómez, en el papel de alcalde que tiene en su mano la llave de paso de la linfa benefactora, susurra, con voz cada vez más firme y alarmada mientras mira de reojo los áridos campos isleños: "Presidente, con su ocurrencia de las verdes praderas se nos va a secar la fuente".

Embalses casi vacíos, acuíferos sobreexplotados, pozos secos, desalinizadoras insuficientes, pero muchas praderas atusadas y afeitadas para que corra la bola y mucho florido pensil entre piscinas tornasoladas. Hoy no hay urbanización que se precie que carezca de un campo de golf de 18 hoyos. Se construyen en terrenos calificados de no urbanizables. Los alcaldes dicen que "es un ejemplo de urbanismo respetuoso con el medio ambiente y un reclamo para el turismo". Mientras, el camino de la sed es cada vez más corto y estrecho. A la espera del milagro de Moisés levantando la mano y golpeando dos veces una roca reseca con su bastón, donde brotará mucha agua. ¿Qué estamos haciendo con este bien natural cada vez más escaso? Según los científicos el panorama que se nos avecina es cada vez más desalentador. Pero no nos preocupemos, porque mientras mane agua al abrir los grifos de casa, ¡qué importa! ¡Que espabilen nuestros hijos y nietos!

En fin, el agua es un elemento imprescindible para la vida, de forma que se ha convertido en uno de los mayores bienes del planeta y su uso, cada vez mayor, debe ser consciente y respetuoso. Sin embargo, caminamos a una creciente mercantilización y despilfarro de los cada vez más escasos recursos hídricos que ponen en cuestión la universalidad de este derecho y la irresponsabilidad de algunos gobernantes que consienten derroches del líquido elemento en beneficio de unos pocos y con perjuicio de otros muchos.