ACUSA Rivero a los Presupuestos Generales del Estado de empobrecer Canarias. Considera la Comisión Europea que la fragmentación de leyes autonómicas en España aumenta la burocracia y dificulta la competitividad. ¿A quién le hacemos caso, a nuestro vernáculo presidente o a los sabios de Bruselas? A nuestro presidente, por supuesto, que es "el más que sabe". La norma número uno de cualquier nacionalismo es que los nacionalistas siempre tienen razón; la número dos dicta que en el caso de que no la tenga, se aplica la número uno. Por eso no dimite como alcalde de Arona José Alberto González Reverón pese a estar condenado a cuatro años y medio de inhabilitación para ejercer cargo público. Bien es verdad que tal vez ser alcalde del citado municipio no supone ejercer un cargo público para el cual uno es elegido democráticamente sino, simplemente, desempeñar una delegación otorgada por Rivero a cualquiera de sus lugartenientes políticos. Después de tantos años de democracia, de tanta transición, de tanta autonomía y de tantas mandangas, hemos vuelto a los usos de la dictadura previa a todo esto. La democracia no es ninguna mandanga sino un sistema bastante serio para elegir a nuestros mandatarios, pero, ¿de qué nos sirve si en estas Islas solo puede gobernar CC gane o pierda? ¿En qué nos beneficia votar cada cuatro años si en Santa Cruz, sin necesidad de ir más lejos, tampoco rige el partido vencedor sino el nacionalismo de toda la vida? Un nacionalismo encabezado en este caso, para más escarnio, por un pobre hombre obligado a coaligarse con el azote de CC para no perder la poltrona. Lo de pobre hombre lo digo de su faceta política, pues como persona siempre he apreciado a Bermúdez. Alguien, al César lo que es del César, que no lo hizo mal cuando tuvo en sus manos las competencias insulares de Turismo. Lo mismo puedo decir en lo personal de González Reverón y de Paulino Rivero. ¿Qué tiene la política que transforma a las personas hasta arruinar sus mejores cualidades?

Fracasar no supone el fin del mundo para nadie. Un alcalde puede haber incumplido la ley incluso obrando de buena fe. Hay sentencias injustas, y no digo que sea este el caso del regidor de Arona, pero si a uno lo condenan, se va. Ya tendrá tiempo de volver, incluso por la puerta grande, si en la apelación lo declaran inocente. Lo mismo cabe decir del presidente autonómico. Si Rivero no es capaz de resolver los problemas de Canarias -algo que está demostrando a diario-, lo que procede es marcharse en vez de entonar cada día el mantra de los abusos de Madrid. Fracasar no tiene por qué ser un estigma; lo injustificable es persistir en el error.

Para concluir, si Bermúdez no ganó las elecciones en Santa Cruz, lo correcto por su parte era pactar con el vencedor o quedarse en la oposición cuatro años recabando la confianza de los ciudadanos para que, cuando toque votar otra vez, tenga en su haber los sufragios suficientes para ser alcalde sin necesidad de arrastrarse ante un donnadie. Lo malo es que por encima de los intereses de Bermúdez están los de Paulino, y por encima de Paulino -y también de Reverón-, subsiste toda una caterva de vividores de la política que se quedarían sin el pan suyo de cada día con la dimisión de sus jefes. Una ingente maraña de intereses creados por quienes no tienen más interés que salvar sus garbanzos.

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