1.- El 29 de agosto de 1839, el general isabelino Espartero, propietario de un caballo de enormes huevos cuya réplica se exhibe en la plaza de Cascorro, y el general Maroto, partidario de don Carlos, y sin corcel que pasara a la historia, se fundieron en un abrazo, en los campos de Vergara, para celebrar el convenio de Oñate (Guipúzcoa), que garantizaba la paz. Fue un abrazo tremendamente falso porque las hostilidades continuaron; y, a partir de ahí, cada abrazo de compromiso se denomina de esta guisa, un "abrazo de Vergara", como el que se dieron en Santa Cruz el todavía alcalde José Manuel Bermúdez y el edil doliente/saliente, Julio Pérez. Y digo que fue un abrazo puramente de compromiso porque dos días antes se habían peleado en alta voz, por un quítame allá ese aplazamiento de un pleno municipal. Había que hacer la foto para la historia y se la hicieron, aunque para mí salió oscura. No es una gráfica luminosa, ni mucho menos. Mas ahora cada uno está en su sitio, uno arruinando la dignidad de su partido y el otro en su despacho, del que nunca debió salir.

2.- El abrazo de Vergara, municipal y oscuro, cierra una breve época en la que había dos alcaldes en la ciudad. Incluso Julio parecía ser primus inter pares, que es la expresión latina que designa al principal entre iguales. No lo quiso reconocer Bermúdez y Julio lo negaba, pero era así. Este último mandaba y mucho. Yo diría que Julio era Espartero, aunque ignoro el peso de los huevos de su caballo, si es que lo tiene, y Bermúdez era Maroto, cuyo equino no pasará a la historia, a lo mejor por falta de huevos que ofrecer a la posteridad. (Ya saben que con las citas y los acontecimientos históricos se pueden hacer luego juegos de palabras que quedan muy aparentes).

3.- En el municipal edificio se cerró, pues, una pequeña etapa, que tampoco significará gran cosa en la historia de esa casa que los cursis y medio mariquitas llaman "de los dragos", porque luce dos árboles autóctonos en la puerta. Este abrazo de Vergara puede dar lugar a acontecimientos mayores, si no se resuelve lo de la primera tenencia de alcaldía, que ya no es cosa de isabelinos y carlistas sino de sentido común. Bermúdez tiene hasta el pleno de este fin de mes para arrepentirse del disparate de su decisión de anteayer. Si no, está perdido. Tendrá que subirse al caballo de Espartero, para que se le contagie algo, y aportar una solución rápida y contundente a la mariconada habitual. Porque el picadero lo tiene revuelto. Muy revuelto.

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