RECONOZCO que cuando entro en la lectura de un artículo firmado por doña Victoria Lafora lo hago con el entrecejo fruncido. ¿Motivo? Doña Victoria y yo recorremos caminos poco coincidentes. En realidad, el asunto puede ser un tanto pueril porque parece poco original afirmar ahora que si todos los habitantes del mundo estuviéramos de acuerdo, la cosa sería muy aburrida. Ocurre, además, que hoy no quiero hablar de asuntos políticos, aunque doña Victoria encuentre bien todo lo que hace la izquierda y mal todo lo que hace la derecha. Lo de hoy solo tiene que ver con la Lengua Española, esa antipática (según algunos) asignatura que habla de oraciones impersonales, hiperbatones, diptongos y concordancias. De todos modos, reconozco que la política es más amena, más apasionante y más decisiva.

La señora o señorita Lafora ha escrito en su artículo del pasado día 30 de septiembre este párrafo: "Demasiadas patéticas y conmovedoras declaraciones de inocencia, que luego no ha corroborado la justicia, hacen necesaria esta higiene preventiva...".

La palabra puede ser, según sabemos todos (incluida la señora o señorita Lafora) un adjetivo como una casa. Se dice pan, demasiadas manzanas. Pero también puede ser adverbio, como en el ejemplo "Juan comió ", "Ayer escribí ". Si tenemos en cuenta estos detalles, es un error escribir "demasiadas patéticas" o "demasiadas conmovedoras". Debió emplearse el vocablo .

-Pero tío: a mí me parece que a la escritora se le escapó alguna palabra, alguna coma, algún punto, algún acento... Pero nada más. No estés buscando problemas donde no los hay.

Lolo me ha dejado, una vez más, con la duda metida en el cuerpo. O en el alma, que es peor. Así que dejo en paz a doña Victoria para dirigir mis palabras a mi amigo escritor, farmacéutico y político don Andrés Miranda.

-No te asustes, amigo; esta vez no voy contra ti, como el día en que escribiste contra los ayuntamientos. Aquel día mereciste mis palabras. Pero hoy te quiero aplaudir, no soplo aceptar lo que dices. Y digo aplaudir porque ya era hora de que alguien hablara así. En tu trabajo "Aviso a navegantes", que tuvo cabida, casualmente, junto al de doña Victoria Lafora, dices verdades como puños. Y yo las comparto en su totalidad. En un determinado momento leo: "Aquella Carta Magna (...) que el débil gobierno de Adolfo Suárez tuvo que admitir (...) no ha servido ni para resolver los separatismos ni los enfrentamientos civiles de nuestros padres y abuelos. Y en cambio han agudizado las diferencias y desigualdades entre españoles".

Luego escribes, refiriéndote siempre a la Carta Magna: "...el compromiso del título VIII acabaría dando a los nacionalismos el poder del Estado". Todo esto, amigo Andrés, no solo lo comparto, sino que lo aplaudo, aunque me duela mucho, por otro lado, por el cariño que le sigo teniendo, a pesar de los pesares, al bueno de don Adolfo.

Más adelante te atreves a escribir algo que yo escribiría también si tuviera tu altura política: "Dejar que todo se vaya pudriendo y que los nacionalismos radicales acaben con España no sería bueno para el conjunto de la nación ni creemos que Europa lo admita". Y es que con gobiernos débiles, amigo Andrés, no vamos a ninguna parte. La filosofía popular ha mantenido siempre que hay que tener cuidado a quien damos la mano, porque hay quienes se cogen hasta el codo. Los nacionalismos no se han conformado con el codo y han llegado hasta el hombro. Y podría ocurrir que llegaran también al cuello. Y que apretaran allí con fuerza.

Dicen mis amigos más próximos, esos amigos con quienes hablo cada mañana en la tertulia de la plaza, que no conocen a nadie que sea más negativo que yo. Ni más pesimista. La verdad es que lo que mis amigos opinen al respecto apenas si me afecta. Lo que deseo saber, y todavía no lo he conseguido, es su punto de vista sobre la Nación, Sobre el Estado. Sobre la Patria común de todos los españoles.

De este artículo, o como quiera llamársele, solo me duele lo que afecta a don Adolfo Suárez, a quien tanto debemos en mi pueblo. Sigo deseándole lo mejor. Pero solo me gusta ver su nombre en cualquier asunto positivo. No quiero que nadie lo juzgue negativamente porque, la verdad sea dicha, tuvo que aceptar la enorme presión de unos y otros. Y resistir embates de tal naturaleza resulta muchas veces, no solo difícil, sino imposible. ¡Que Dios nos ayude!