AYER, mientras empezaban a circular los nuevos datos sobre el paro tanto en España como en Canarias, me comentaba el responsable de una empresa que esperaba equilibrar sus cuentas en 2013 tras algunos años de pérdidas. Con un poco de suerte hasta podía obtener algún beneficio. Un pequeño margen positivo, pues no están las cosas para echar las campanas al vuelo, aunque visto lo que hay cualquiera se conforma con la súplica del paralítico que iba a Fátima: "Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy".

Me extrañaría mucho que el mencionado ejecutivo empresarial estuviese contando una historia de ciencia ficción mientras exponía su ligero optimismo. Muchas empresas españolas, incluidas las de Canarias, han tenido que hacer duros ajustes de personal y salarios pero también, y esa es la parte positiva, ya han tocado fondo. Hablo de empresas capitaneadas por personas suficientemente inteligentes para buscar alternativas porque los tiempos de antes, los días del dinero fácil, no van a volver. No van a retornar ni para los empresarios, ni para los trabajadores. Me decía este verano un alcalde que el trabajo por cuenta ajena está en vías de extinción. Por eso algunos trabajadores, igual de inteligentes que los ejecutivos capaces de apartarse un poco del camino habitual para que los árboles no les impidan ver el bosque, han empezado a reinventarse. Otros, los perdedores, los condenados al paro eterno, siguen aferrados a esquemas de otros tiempos; a los viejos derechos que siempre les han garantizado los sindicatos, aunque jamás lo han hecho de forma gratuita. El precio que han cobrado UGT, CC.OO. y otras organizaciones sectoriales de trabajadores ha sido tan suculento para sus arcas -no hay más que ver las subvenciones que han estado recibiendo del Estado- como devastador para la economía española. Una economía asolada por la acción de unos y otros. Los otros son los políticos de cualquier color, cierto, pero de forma especial aquellos que derrocharon más de 100.000 millones de euros en aceras, pasos de peatones y pistas de monopatín, sin olvidar la protección a la sodomía en Uganda y otras soplapolleces. Lo malo para el trabajador es que unos y otros -sindicatos y políticos progres- ya no pueden garantizar ese confortable modelo que nos han estado pagando los franceses, los alemanes y algunos más. De ahora en adelante el bienestar que deseemos disfrutar habremos de pagarlo con nuestro propio trabajo descontando, además, una parte para ir amortizando lo mucho que debemos. Un desafío condenado al fracaso de antemano para todo aquel incapaz de encontrar esas mencionadas alternativas. ¿Ha pensado alguien que dos trabajos a tiempo parcial pueden aportar más ingresos que uno solo a jornada completa? Y quien dice dos, dice tres.

Aunque los datos de la EPA son una mala noticia se miren como se miren, me quedo con la otra; con la de una empresa -y no es la única- que empieza a ver si no el final del túnel, sí al menos la luz al final del agujero.

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