Recuerdo que cuando era pequeño los niños de mi época teníamos dos alternativas para jugar al fútbol: la primera y más habitual era usar una pelota de trapo. Pero en algunas ocasiones nos daban un balón de verdad. Y entonces, en esas situaciones, era tanta la ilusión que lo primero que hacíamos era inflarlo con frenesí y sin descontrol. Pero algunas veces corríamos el riesgo de que se nos reventara. Y si eso sucedía nos quedábamos sin el balón, y en el peor de los casos con una grave herida en la cara. Esto viene a cuento por la situación que padecemos en nuestras islas. Algunos políticos están inflando tanto varios balones, a base de despropósitos, promesas rotas, injusticias e incumplimientos, que en cualquier momento les pueden reventar en sus caras, quedarse fuera de juego, y lo que es peor, hacer daño a los ciudadanos.

Un ejemplo lo tenemos con la burocracia y la maraña de normas que se han aprobado a lo largo de los últimos años, y que en muchos casos están asfixiando la actividad de multitud de microempresas, pymes y autónomos y paralizando inversiones que podrían generar nuevo empleo. Como consecuencia, contemplamos con tristeza disparates como multas cuantiosas a pequeños agricultores por hacer simples obras de mantenimiento o mejora de sus fincas; o multas a agricultores que, cansados de no recibir el pago de unas expropiaciones realizadas hace años por las Administraciones Públicas, intentan recuperar la actividad agrícola en esas tierras que fueron de su propiedad. O el precintado de un par de camiones, y por lo tanto de su medio de vida, a un autónomo que no había pagado una multa medioambiental por realizar el mantenimiento de sus vehículos en el patio de su casa. Así podíamos seguir con cientos de casos, consecuencia de una ceguera administrativa que, instalada en confortables despachos y oficinas, parece que no asume la situación de gravísima emergencia social y económica en la que vivimos, y donde lo fundamental en estos momentos es ayudar a los ciudadanos a que puedan tener un trabajo y medios de sustento, y no el cumplimiento de ridículas y contradictorias normativas, producto de veleidades ideológicas y políticas y sobre todo de egocentrismos y vanidades personales, que al final nos han llevado a la ruina actual.

Coincidimos plenamente con las manifestaciones de diversos representantes políticos y empresariales nacionales, que en las últimas semanas han afirmado que más del 60 por ciento de los problemas económicos que sufre España son consecuencia de la burocracia. Esto también se dice en Canarias. De hecho, hace ya cinco años que escuchamos de las distintas Administraciones que había que racionalizar la cosa pública, se nos ha dicho que tratarían de reconducir este tema. Pero los años han pasado y vemos que no se ha hecho nada de fundamento al respecto. Y es muy triste que España, y no digamos Canarias, se vean superadas en las estadísticas internacionales hasta por países africanos, a la hora de facilitar la inversión, la creación de empresas y su desarrollo posterior, como consecuencia de las enormes trabas administrativas que nos atenazan.

Otro balón que puede reventar es el de las infraestructuras de Tenerife. En Fepeco siempre hemos reclamado por activa y por pasiva las obras públicas que en justicia nos corresponden, sin favoritismos de unas islas frente a otras. Sin embargo, ha sido una batalla estéril. Y así, a lo largo de los últimos veinticinco años, hemos visto cómo unas islas han ido avanzado en su dotación de infraestructuras, de lo cual nos alegramos, mientras Tenerife se ha quedado totalmente rezagada. Lo peor ha sido ver cómo los políticos de turno han tomado el pelo al pueblo chicharrero con promesas y más promesas de plazos y proyectos y supuestas seguridades de que no habría problemas presupuestarios para afrontar las obras cuando llegara la hora de Tenerife.

Y, en efecto, ha llegado la hora de que se confirmen nuestros temores de hace años, y comprobemos cómo Tenerife se queda sin sus obras públicas, porque ahora los políticos dicen que no hay dinero. Se paraliza el cierre del anillo insular, se deja para mejor ocasión la conexión entre el norte y el sur de la isla, la Vía Exterior pasa a dormir el sueño del olvido... Solo se ha anunciado el mantenimiento de las obras de la avenida Marítima en Santa Cruz, a base de grandes sacrificios, cuando otras capitales insulares disfrutan ya desde hace años de sus vías de circunvalación, de puentes y túneles, de avenidas marítimas y de otras muchas infraestructuras de transporte, sanitarias, sociales, culturales, etcétera. Parece que en Tenerife nuestros gestores viven de proyectos pero no de realidades. No nos extraña que las estadísticas reflejen resultados lamentables. Los accidentes automovilísticos son numerosos como consecuencia del mantenimiento y conservación de las vías, y eso es muy peligroso, porque estamos hablando de accidentes y algunos lamentablemente mortales. ¿Saben los tinerfeños que las carreteras de Tenerife son las que más daños causan a las gomas de los vehículos por el mal estado de nuestras vías? ¿Que en Tenerife se gastan más ruedas que en Gran Canaria? Pues esto es solo una de las consecuencias de la falta de inversión en nuestra red de carreteras.

Por último, otra situación que está acabando con la paciencia de muchos empresarios y emprendedores es la competencia desleal de multitud de empresas públicas que distorsionan el mercado canario. Entidades que muchas veces operan al calor de un clientelismo político y familiar que no se puede aceptar en unos tiempos donde la supervivencia de muchas empresas privadas pende de un hilo.

Así no se puede seguir. La situación de emergencia social y económica exige soluciones inmediatas y nuevas actitudes. Hay que resolver el problema de la burocracia. Y también hay que acabar con el clima de enfrentamiento entre administraciones y con las luchas internas dentro de cada una de ellas. Los recursos económicos deben distribuirse de forma justa y equilibrada entre islas, y hay que terminar con la competencia desleal de muchas empresas públicas. Los emprendedores y los empresarios están cansados y no quieren más promesas huecas ni más palabrería vacía, sino que se afronten los problemas de una vez. De lo contrario, nos podemos olvidar de que se creen empresas y los puestos de trabajo que la sociedad demanda ya a voz en grito.

Por favor y por responsabilidad, no inflen más el balón porque puede explotar. Y si nos explota en la cara, lo vamos a pasar muy mal porque el pueblo aguanta hasta que se pasa hambre; a partir de ahí, las consecuencias pueden ser impredecibles.