ES LO QUE PRETENDE insistentemente don Artur Mas, exponente de CiU, para Cataluña. Porque desprendida, desgajada, de España, a los catalanes les iría mucho mejor. ¿A qué catalanes? ¿Al común de los catalanes o a la "nobleza" catalana?

Lo que se conocía del quehacer de esa "nobleza" catalana (pujoles, mases y compañía) debía de ser bastante cuando el otrora Honorable Sr. Maragall acusó a CiU, en sede parlamentaria, del célebre 3% (de comisiones). Pero no pasó de allí. Una manta de amianto aplacó aquel conato de incendio. Ya pasó en los albores del poder socialista y felipista cuando se anunció castigar al responsable de la quiebra de Banca Catalana, que no era otro que el que luego sería muy Honorable Sr. Pujol. Y el Sr. Pujol se envolvió en la señera catalana para protegerse. Ir contra él por la quiebra de aquella entidad financiera era ir contra Cataluña. Y venció el "sentimiento" sobre la persecución de la corrupción.

Es ahora el Honorable Sr. Mas quien moviliza el sentimiento catalanista para esconder, ocultar, las tropelías financieras que se han seguido produciendo en aquella región española. ¿Por qué se mantiene el título de "Honorable" a quien preside la Generalitat si la "cualidad de ser honrado y acatado" ha tiempo que la mancillaron de tal forma que huele a putrefacto? ¿No les mueve a contrición su quehacer respecto a aquel que, sí, fue muy Honorable Sr. Tarradellas? ¿Se puede mancillar impunemente tanto honor? Tal parece que sí. Y el votante en Cataluña debe ser consciente de que asume su alta cota de responsabilidad en el devenir de este deshonor.

España nos empobrece, dice el Sr. Mas. Pero son los dirigentes de aquella región española quienes hacen desaparecer millones de euros hacia paraísos fiscales. Millones de euros defraudados al Estado, que somos todos los españoles. Y encima tratan de manifestarse cargados de honestidad, honradez, moralidad.

Lo grave es que esa "moral" se ha extendido por las distintas taifas que hoy constituyen la España que están conociendo nuestros jóvenes. La España en la que el tranque eleva a categoría de "honorabilidad" al que más afana. Y al final somos nosotros, los ciudadanos simples, hoy vasallos de esa "nobleza" devenida, quienes corremos con el gasto de la fiesta. Y acumulamos deuda pública, que es nuestra deuda porque la tenemos que pagar pese a que algún iluminado, tal que el Sr. Llamazares, diga que España no tiene que pagar la deuda contraída. ¡Vaya si la vamos a pagar! La estamos pagando. La continuarán pagando nuestros nietos.

Mientras, acá, allá y acullá, esos reyes de las taifas nos exprimen día a día en su propio beneficio. Pero llegado el momento, los votaremos otra vez. Así somos. Será que nos merecemos tanto sufrimiento.