Fue un año horrible. Se conoce como el "año de la seca". La isla se moría de sed, si se tocaba en una casa para pedir un vaso de agua, lo único que podían ofrecer era un vaso de vino porque, parodójicamente, la cosecha había sido buena el año anterior. Los aljibes estaban vacíos. Las fuentes, entre ellas la de San Lázaro, agotadas; los animales sufrían no solo sed sino hambre porque los pastos no existían, se habían extinguido tras el calor pasado, y tanto en los Lomos como en Nisdafe la bruma rociada había huido hacia no se sabe dónde, por lo que se alimentaban de afrecho que se preparaba con agua, y el que disponía de dinero para comprar algo escapaba y se conseguía que las vacas, ovejas y cabras siguieran dando leche y que los animales de carga continuaran con sus funciones. Pero, en definitiva, la escualidez era patente y ciertamente triste.

Un barco cisterna llegaba de vez en cuando al puerto de La Estaca para que el agua que traía en cubas se trasladara en dos camiones hasta Valverde, donde esperaba en la "punta de la Carretera" una gran cola de gente, porque el depósito de agua que estaba debajo de la plaza de la iglesia permanecía también seco. Y allí, con garrafones, pocos, es lo que le tocaba a algunos para sus casas, para las comidas y poco más.

Los que habitaban en el valle del Golfo lo soportaban mejor, pues con la que se extraía de Agua Nueva algo mitigaban la sed de campos y de animales.

Aquel verano, los que tenían casa en el Tamaduste iban jable abajo o en camiones con los animales formando parte de la mudada, que la componían las familias para al menos darles de beber en el pozo que, aunque el agua era bastante salobre, la bebían y así escapaban los tres meses de verano.

El año 1948 fue un estigma para la isla, que hizo que la emigración se produjera ante las dificultades de vivir porque el agua es fundamental para que la agricultura y el bienestar del momento fueran aceptables. Sin agua todo se complica y se hace difícil hasta la supervivencia. Sin embargo, no fue un año de graves enfermedades y de epidemias que pudieran comprometer aún más la vida de El Hierro; los dos médicos que desarrollaban su profesión, tanto el de Valverde como el de El Pinar, se ayudaban, además de los remedios caseros con la poca medicación que se podía manejar en aquellos momentos no solo de penuria climatológica sino también económica.

Bien es verdad que fueron años en que la isla, desde esa contrariedad, se planteó ir perforando su suelo, con charcas y estanques, en vista de lo que pudiera acontecer en años venideros.

La situación actual nada tiene que ver con aquel año y posteriores. El Hierro ha ganado en calidad de vida y el viejo problema del agua no existe debido al tesón de muchos que se implicaron en obtenerla y de las administraciones de la isla, que apoyaron, cuando no fueron protagonistas de las mismas.

El año 1948 ha quedado en la memoria como una de las fechas imborrables porque fue tema de conversación y de muchas penurias durante algún tiempo, y se puso en verdaderos aprietos la vida herreña, donde el esfuerzo del hombre, junto con el agua, era la constante que cuando se fusionaban el bienestar estaba garantizado, pero cuando alguno de ellos faltaba, en este caso el agua, las dificultades tomaron presencia, lo que hoy ya es recuerdo.