La pasada semana, el Parlamento de Cataluña aprobó una resolución donde se eleva al Gobierno de la Generalitat que inicie un diálogo con el de Rajoy para acordar la celebración de una consulta en la que los catalanes decidan su futuro político vía referéndum donde se solicite -lo que sea -, que es la opción más clara de una democracia que funcione como tal. O sea, que se pida la independencia, a la cual es reticente el PSC, que aboga por un Estado federal, por lo que el resultado que pudiera darse sería un no, pero sí con ciertas limitaciones de entrada, como ocurrirá en Escocia por los compromisos que se firmarán entre los gobiernos escocés y londinense. Creo que tal vez sea el camino de los pueblos que están sometidos por exigencias de componendas históricas a que se trunquen sus proyectos como pueblos que van en busca de su consolidación como Estado y que tras esa consulta se pueda verificar el contrato necesario para comenzar una nueva etapa libre de lazos atávicos y forzados.

Si el Gobierno español no ve bien la consulta, y aun el Tribunal Constitucional se pronuncie en contra al considerar que se infringe la legalidad constitucional, la voluntad de la mayoría de los pueblos está por encima de leyes y de cualquier tratado establecido sin el compromiso de las partes implicadas.

Si se llega a la conclusión de que ese acuerdo es lo normal para evitar heridas y malos entendidos y se amplía el escenario de la colaboración, la cuasi independencia sería el camino deseable en un espacio donde la interrelación entre pueblos está determinada por las actuales exigencias del momento económico socio-político que se vive.

El camino que se recorrerá en el encuentro entre Cataluña y el Estado español no será fácil y estará lleno de inseguridades que se tendrán que perfilar y adecuándolo a la realidad histórica. Esa es la senda que se tendrá que tomar como referencia para otros pueblos, como el nuestro, si es que se pretende ir hacia una cosoberanía para más adelante abordar temas más transcendentales. Imaginar otras situaciones que no tienen el suficiente apoyo popular es dar palos de ciego y estar en el camino del romanticismo, lo que no es malo, pero sí condiciona desasosiego por el deseo de llegar ya imperiosamente.

La historia de manera imperceptible marca los tiempos y si hoy se alumbran en el planeta ansias de liberación de los pueblos en muchos está en el imaginario, desdoblado de la realidad, la cual hay que dominar, aceptar y hacer todo lo posible por cambiarla, pero, eso sí, sin el consentimiento de la mayoría quedará como un referente halagador, pero inconcluso.