Nunca supe quién leía, en casa de mis padres, un periódico que llevaba por nombre EL CASO. Siempre me prohibieron tocarlo y, cosa rara en los niños, les aseguro que obedecí la orden aunque por dentro me mordiera la curiosidad. Pero un día, mi abuela, que reciclaba todo por aquello del hambre que se pasó en la guerra y en la posguerra, puso en el fondo del cesto de las papas una de aquellas hojas inmensas para evitar que la tierra cayera al suelo. Esto tampoco lo entendí, porque el piso de la cocina familiar era una mezcla de excrementos secos de vaca con tierra, pero bueno, al asunto... Mientras le ayudaba en el quehacer de la cena, fui leyendo la parte que sobresalía por los bordes, mirando aquellos rostros grisáceos de hombres que mataron a sus mujeres, degollaron a un vecino o atentaron contra un cura. De mujeres que se ahorcaron o que envenenaron a sus maridos; historias de cuchillos, hachas, cuerdas, piedras y terror.

Ese periódico relataba sucesos que parecían de otro mundo, eran el retrato de una época en la España profunda que dijera el poeta; de pueblos inhóspitos donde tal vez los vientos, el hambre, la incomunicación o la incultura nublaran la razón a sus habitantes que, en un rapto de locura, eran capaces de cometer las mayores atrocidades. En Canarias también ha habido lamentables episodios -para no evocar y mucho menos relatar-. Por eso quisiera hacer un llamamiento a la cordura en torno a San Juan de la Rambla y a Fidela Velázquez, cuya historia como alcaldesa es de dominio público, bien a través de los medios de comunicación, bien a través de la redes sociales.

Ante todo decir que Fidela es mi amiga desde hace tiempo, que es una mujer muy culta, inteligente -cosa que no es lo mismo que estudiada, que también lo es-; fiel a sus principios; hasta donde sé buena gestora, "ramblera" hasta la médula, sensible, honesta, con palabra, respetuosa con los que pueden tener otra forma de pensar o credo, muy querida y con amigos de toda la vida, detalle que habla de su categoría humana. Particularmente conmigo ha sido paño de lágrimas y consejera, preocupándose por mi salud con aire maternal, por mis afectos y mi soledad. Y nada ni nadie harán que cambie mis sentimientos hacia ella, pues los amigos tenemos que estar en los momentos de bonanza y en los de mar de leva. También conozco al resto de la corporación, todos aparentemente buena gente, con ganas de luchar por su pueblo, sea cual sea la sigla que les acoja, y que siempre me han tratado con cortesía y respeto -le recuerdo a Tomás, el alcalde, me debe una comida de piñas y costillas-, pero como no me dedico a la política, me van a perdonar si no entro a valorar el juego en San Juan de la Rambla de este arte antiguo, para eso están la legislación vigente, los pactos que esta permite, los acuerdos suscritos entre gente de honor y el propio pueblo, los votantes, que en estos momentos están desencantados de sus gobernantes.

Por ello, porque conozco a unos y otros, quiero hacer una llamada a la cordura y al sentido común. Es malo arengar a las masas, es peligroso confundirlas con panfletos o con declaraciones en los medios; con los intentos de que se posicionen a favor o en contra de un determinado gobernante. Es terrible que un pueblo se divida, que surjan amenazas, agresiones, persecuciones, espionaje barato; acoso -moral, laboral y físico-; que se de la imagen de una España tercermundista. No quiero alarmar a nadie, pero se deben tomar medidas tendentes a recuperar la paz social del municipio, no sea que algunos, en una tarde de fiesta y vino, acaben cometiendo alguna felonía irreparable y este querido pueblo se convierta en una copia de alguna portada de EL CASO.

Recuerden que la palabra sigue siendo la mejor herramienta para solventar cualquier litigio, que el sentido común invita en estos momentos tan duros a la reflexión, pero sobre todo que ninguna persona se merece ser ofendida, vilipendiada, deshonrada, calumniada, perseguida, amenazada, acusada, amedrentada, acosada, difamada... hasta que no lo diga un juez, y aún así, el respeto a las personas no se le debe faltar nunca. La palabra es algo propio de las damas y los caballeros, pero creo que ese sentido antiguo del honor -que se mantiene afortunadamente en los pueblos- se perdió en algún momento entre tantas conjeturas, desconfianza, pactos, declaraciones, siglas, acusaciones...

Querida amiga Fidela, apreciado Tomás, prudencia y cordura.