Media España está de vacaciones. La otra media quiere estarlo pero no puede. En realidad, unos seis millones de españoles, casi 400.000 de ellos canarios, que llevan bastante tiempo de vacaciones. Algunos todavía pueden decir que es el suyo un asueto pagado. Para los otros, que cada vez son más, el asunto dejó de tener gracia cuando se les agotó la prestación por desempleo.

No son, sin embargo, estas vacaciones obligadas de las que pretendo hablar en este sábado santo, sino de las otras; de las vacaciones normales que todos conocen y que casi todos disfrutan cada año. Algunos critican la proclividad -proclividad es la palabra- de este país por el jolgorio. En absoluto. Existe un concepto que utilizan los sociólogos desde hace algún tiempo: el ocio de calidad después del trabajo de calidad. O, si se prefiere, el ocio sin remordimientos como forma de almacenar fuerzas para luego rendir adecuadamente en el trabajo.

Ausentarse de la empresa la mitad de la Semana Santa -o la semana entera- no es pernicioso, sino todo lo contrario, siempre que el lunes de pascua se empiece a trabajar con ganas. Trabajar con ganas, con rendimiento, con productividad significa, simplemente, no acudir a la empresa a hacer vida social. Vana esperanza. A quien quiera comprobarlo le invito a que dé una vuelta el lunes entre las nueve y media y las once de la mañana por cualquier bareto. Le apuesto lo que no tengo que oirá múltiples conversaciones girando en torno a un tema único: lo que se ha hecho, o en dónde se ha estado, durante los días precedentes. Gente, sobra decirlo, que a esa hora tendría que estar en su empresa ganándose el sueldo.

Con frecuencia se nos tacha de vagos en comparación con otros europeos. Falso. Por término medio un español está más tiempo en su puesto de trabajo que un alemán. Asunto distinto es lo que hace durante todas esas horas. Recientemente le oí quejarse a un ejecutivo de una importante empresa porque sus subordinados se limitan a cumplir estrictamente el horario laboral. Consideraba esta persona que para salir de la crisis hay que echarle horas a la oficina. No quise contradecirlo -cada vez se me hace más pesado entablar cualquier debate-, aunque confieso que tuve curiosidad por preguntarle acerca de lo que hacen dichos empleados en esas horas determinadas por el convenio colectivo. ¿Cumplen su trabajo o dejan las cosas a medias? Si hacen cuanto deben hacer no veo motivo para que se queden más tiempo; si no dan ni un palo al agua, aunque estén las 24 horas del día resultarán ruinosos.

Lo peor de este país, y en concreto de esta comunidad autónoma, no es que tengamos unas Navidades kilométricas, a continuación unos carnavales que también lo son, después una Semana Santa prolegómeno del verano y luego el parón de julio, agosto y parte de septiembre; meses durante los que unos están de vacaciones y otros a medio gas porque no pueden hacer casi nada mientras no retornen los ausentes. Lo peor es que el día de la incorporación seguimos como en la víspera de la salida: bajo mínimos. A pasado mañana, lunes, insisto en remitirme.

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