En la ópera, como en cualquier otra actividad, el primero es siempre el líder, el que más vende, el más solicitado; y los segundos apenas cuentan, pero en el caso de hoy dedico estas líneas a un gran espada al que debe considerarse de primera, y no solo como artista sino también como persona, porque Santiago Sánchez Jericó, tenor aragonés, ha hecho de su profesión una alegría de vivir, y es imposible albergar más felicidad trabajando en lo que a uno le gusta.

Es valiente, atrevido y, en ocasiones, osado. Al terminar sus estudios en la Escuela Superior de Canto de Madrid se marchó a Alemania con una beca de la Fundación Humboldt, y después a Italia para perfeccionar los conocimientos adquiridos. También recibió clases magistrales de los mejores, y acudió a cursos con Kraus y otros.

Sus primeros pasos escénicos fueron en concursos de canto, donde unas veces quedaba el primero y otras segundo, pero en el fondo le daba igual el puesto, pues su finalidad era darse a conocer. Su debut llegó en el teatro Colón de Bogotá con una "Lucia de Lammermoor", y posteriormente hizo "I Puritani" en Dijon, Francia. A partir de ahí no ha parado nunca y sigue en la brecha. Ha cantado prácticamente en todas las temporadas de ópera de nuestro país, y a Las Palmas y a Tenerife ha venido con mucha frecuencia.

La zarzuela también ha estado presente en su repertorio, interpretando "Doña Francisquita" o "Marina" por los países hispanoamericanos. En el Centenario del nacimiento de Miguel Fleta cantó junto a Kraus la famosa jota "La Dolores" de Tomás Bretón, esa que dice: "Aragón la más famosa, es de España y sus regiones, porque allí se canta a la Virgen y allí se canta la jota, allí se canta la jota que es de España y sus regiones...", hermosa canción que aprovecho y dedico a mis amigos maños Antonio y Antonia, con mucho cariño. Plácido lo llevó también por esos mundos para cantar "Luisa Fernanda". Lejos de amilanarse por no hacer primeros papeles, se aprendió todos los segundos y terceros, de tal modo hizo un bagaje operístico que nadie tiene, y junto con su seguridad, se ha convertido en garantía de éxito para cualquier espectáculo.

Si profesionalmente lo ha bordado, como persona Jericó es excelente. Divertido, alegre y dicharachero, siempre está dispuesto a cantar donde y con quien quiera, y esa jota de "La Dolores" sale sola de su boca, sin necesidad de calentar la voz, ni prepararse con antelación, como otros tenores que se ponen melindrosos.

Recuerdo que tras una de las óperas más difíciles, "Marina", en el teatro Leal, nos fuimos a cenar a Casa Maquila, y entre plato y plato fue el primero que se lanzó con su torrente de voz.

También en Las Palmas coincidí con él, y tras las funciones se celebraban cenas en el Casino o en el restaurante El Herreño, y siempre era el primero en lanzarse, animando al resto de cantantes a unirse. Los componentes de las juntas también participábamos haciendo coros y aplaudiendo en aquellas fiestas tan distendidas. De aquellos tiempos recuerdo a D. Alejandro del Castillo, Don Pedro Suárez, los hermanos León, Tatín Jaén... siempre me trataron con mucho afecto, que al final es con lo que uno se queda de la larga trayectoria dedicada a la lírica.

La última vez que lo vi fue hace un par de años en el Festival de Ópera. Vino a interpretar uno de los pequeños papeles de tenor de "Salomé". Junto con Ángel Rodríguez, otro tenor, el barítono Alberto Arrabal y mi amigo Máximo, nos fuimos a degustar comida canaria a "Casa Malola", en Güímar, una casa solariega llena de útiles de labranza y otros aparatos que usaban nuestros campesinos, envuelta en flores y plantas. Tras la comilona, a la hora de la copa, Jericó se lanzó a entonar la famosa jota, y en un momento, la sala se llenó de comensales aplaudiendo el pasatiempo. Apareció alguien con una guitarra y aquello fue un no parar toda la tarde.

Un lujo de velada en la que se arrancó tanto con zarzuela como con ópera, y canciones de toda la vida. Donde quiera que estés, Jericó: ¡qué arte tienes!

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