Desangrado el país por la cruenta guerra civil, dos años después comenzaba el otro triste capítulo de la 2ª Guerra Mundial, acontecimientos ambos en los que no vamos a abundar por ser sobradamente conocidos. Sin embargo, sí incidiremos en la repercusión para Canarias que tuvieron estos hechos, debido a la lejanía geográfica y a las apetencias que su territorio atlántico despertaba en las potencias enfrentadas en la ya citada contienda mundial, que están históricamente reseñadas en los sucesivos planes que abrigaron Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos de Norteamérica para su previsible invasión. Por todo ello, el Gobierno estableció directrices para paliar las carencias defensivas y, de forma paralela, las económicas, creando el llamado Mando Económico, asumiendo así Capitanía similares atribuciones a las que hoy posee nuestra Comunidad Autónoma. Decreto por el que se otorgaba al Capitán General plenos poderes para administrar los precarios recursos de que se disponían en las Islas para paliar las penurias de la población, carente de forma temporal de su régimen de Puertos Francos. Su primer mando lo ostentó el general Ricardo Serrador Santés el 5 de agosto de 1941, si bien fallecería en 1943 dando paso al nombramiento del general Francisco García-Escámez e Iniesta, que ejercería la jefatura de dicho organismo hasta su extinción en 1947.

Lamentablemente fallecido a la temprana edad de 58 años, el que esto escribe fue testigo presencial del multitudinario recogimiento del pueblo chicharrero al paso del armón de artillería del cortejo fúnebre portando el ataúd del fallecido general, la tarde de un 13 de junio de 1951. Un apreciado militar condecorado en más de cuarenta ocasiones hasta por el propio rey Alfonso XIII que le otorgó la Laureada de San Fernando, y que estaba también en posesión de la Medalla Militar Individual. Lo cierto es que para un hombre que ostentó tanto poder ejecutivo (capaz para ordenar abordar en alta mar a los transportes de cereales rumbo a otros puertos y requisar, previo pago, su carga para conseguir pan para los canarios) al que se le podría suponer una amplia holgura económica, la realidad nos desveló que su funeral y entierro tuvo que ser costeado por la Comandancia de Obras ante su carencia de fortuna personal, así como la de su familia. Un ejemplo clarificador de su extrema honradez para una gran parte de la actual clase política, poco proclive a la transparencia fiscal.

Para la generación actual, y aún algunas anteriores, de lo realizado durante esta etapa de la que, por fortuna quedan testimonios y testigos vivos, las obras llevadas a cabo durante el mandato de este gaditano providencial, dotado de excelentes dotes de comunicación no exenta de gracejo personal, sólo quedan sus nominaciones y usos. Mencionar sus logros a través de los edificios urbanos por los que nos cruzamos a diario resultaría prolijo, aunque los resumiremos por cuestión de espacio. Fueron algunos de estos el puente Serrador, el Mercado actual, los barrios obreros de García-Escámez y Somosierra, numerosos complejos escolares y establecimientos sanitarios, además de hoteles como nuestro emblemático Mencey. También se aportaron los solares para la construcción del nuevo edificio de la universidad lagunera, así como para la erección de parroquias como la actual iglesia de San José o la creación del desaparecido muelle pesquero de San Andrés, sin olvidar el monumento a los Caídos en la plaza de España, la electrificación de los barrios de Chamberí y Taco... etc. Todo ello es sólo parte de lo construido en Tenerife. En cuanto a las otras islas, citaremos el inicio de las obras de la carretera de San Bartolomé de Tirajana a Mogán, la ampliación de la barriada de Schamann y la inauguración del hotel Santa Catalina en Las Palmas, o el potenciamiento agrícola y urbano de la isla de La Graciosa.

No es de extrañar que con tantos logros sociales, sus propios hijos Francisco y Antonio, con la finalidad de mantener su memoria viva y de lo creado por él durante dicho mandato, promovieran en 1987 la fundación que lleva por nombre su título nobiliario de Marqués de Somosierra, para premiar y dotar de becas de estudios a los alumnos más destacados pertenecientes a los colegios públicos García-Escámez y Tagoror de ambos barrios. Un acto anual, cada 4 de junio, que se celebra en el establecimiento militar de Almeida en presencia de familiares y profesores de los premiados, y que suele estar presidido por la máxima autoridad militar, que ostenta dicha atribución con rango honorífico.