1.- El otro día trincaron a un mentecato que pintarrajeaba las paredes de piedra de la nueva vía del Barranco de Santos. Lo habrán entregado al juez, después de causar notorio daño al patrimonio público, y el juez lo habrá puesto en libertad, como es la norma de la casa. Si los hechos hubiesen ocurrido en Singapur, un suponer, el pintor de santos y alcobas iría derechito a la mazmorra, o, en su defecto, pagaría hasta el último euro del daño causado, amén de limpiar -con la mismísima lengua- la horrenda leyenda plasmada en la pared. Aquí, no. Aquí se le pone en libertad y se le condena a una multa que el gamberro no pagará, porque es insolvente. No es insolvente para comprar el bote de pintura, pero sí para abonar la sanción. También es la norma de la casa. La ciudad de Santa Cruz aparece cada día llena de pintadas. Y, es curioso: en el norte de la isla de Tenerife los grafitis apenas existen. La gente de pueblo es mucho más civilizada que el elemento barriada, auténtico depredador urbano, especie que es preciso combatir endureciendo las normas y exigiendo a los jueces que las cumplan a rajatabla.

Esto que denuncio aquí no es nuevo. Yo conté una vez, o varias, que estuve a punto de incurrir en la misma gamberrada, cargado como un erizo, con una amiga a la pela, intentando cambiar el nombre de la calle de La Verdad portuense por el que siempre tuvo: Callejón Cagado. Pero llegó un coche patrulla y uno de los gendarmes, amablemente, me dijo: "Pero, hombre, Andrés, ¿tú no tienes otra cosa que hacer?". Luego mi gamberrada de juventud lo fue en grado de tentativa. Yo sé que existe una cultura del grafiti. Uno de los que más me ha impresionado fue el que vi en la Universidad de Heidelberg, en la noche de los tiempos. Y ha sido el lema de mi cultura liberal: "Lo ideal es ilegal". Pintadas como ésta las suscribo y las disculpo, porque son, en sí mismas, pura filosofía. Pero aquí no salimos del "Pepi puta". Y, claro, no es lo mismo. Lo nuestro es una horterada; lo de Heidelberg, un compromiso.

3.- Cuando un político de cierta isla se vio envuelto en un metisaca sentimental y extramatrimonial que acabó en barriga, alguien escribió en un muro diáfano de la ciudad lo siguiente: "Fulano, dimite. Hazlo por el niño". Aquello fue el despiporre y la pintada pervivió como un mensaje de culto. Por lo cual, a la vista de lo escrito, no sé ahora si estoy contra la pintada en sí o contra la falta de originalidad. Porque esos garabatos que plasman en las paredes los bagañetes (y no me refiero al gentilicio palmero sino a los vagos solemnes) no tienen nada que ver con la chispa y la inteligencia de quienes se valen de los muros para hacer mofa de la actualidad, ya de por sí bastante cutre y denostada. Y eso.

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