1.- En mi actual estado casi monacal, por lo jodidamente tranquilo de mi existencia como jubileta, tan solo la Red me perturba cada noche, o cada tarde, cuando abro el ordenador, más lento que de costumbre porque me han colocado un antivirus. Se ve que mi técnico de confianza ha detectado mucha amenaza y ha decidido blindarme. Pero cada vez que accedo a los periódicos de España y de fuera para enterarme de lo que pasa, en sus distintas versiones, me quedo perplejo. Y ayer se me cayeron los palos del sombrajo cuando leo que , el mandamás ruso, le ha mamado a un señor un anillo de la Super Bowl, que es el trofeo anular realizado por Tiffany´s para jugadores y cuerpo técnico del campeonato americano de fútbol (no del fútbol nuestro sino del otro, del balón con forma de pepino, que allí es la leche). Cada anillo, de oro y brillantes, cuesta unos 5.000 dólares y se hizo con uno que le entregaron para que lo viera, le gustó y se lo mamó, sin tener en cuenta que el propietario era un señor llamado Robert Kraft, dueño del equipo de los Patriots. Digo yo que si el máximo dirigente de un país como Rusia es capaz de robar un anillo de la Super Bowl a un señor de la calle, ¿qué no se mamará el pájaro?

2.- Yo creo que el mundo está cambiando tanto y tan deprisa que nos estamos volviendo todos un poco locos. No sé si es la Red, que ha sustituido a todo: a los periódicos de papel, a las agencias de noticias, a los medios de comunicación convencionales, incluso a la televisión, que va perdiendo influencia a favor de las redes sociales y del YouTube y de todos los inventos habido y por haber. Es tan raro el mundo que ayer me enteré, y confirmé, que el padre del bruto de Maduro, el presidente venezolano, es de La Gomera, pero que el retoño no quiere saber nada de su progenitor. No le quedaba otra cosa a los gomeros que adoptar como hijo propio a tremendo granuja (me refiero al hijo porque yo del padre no sé nada).

3.- Ay, la Red, la maldita/bendita Red que nos han puesto a nuestra disposición para nuestra suerte/desgracia. La creación ha sufrido un duro golpe; ahora los informes y las tesis doctorales se copian de la Internet, las novelas se escriben con el auxilio de la Red, las sentencias judiciales se cuelgan en la Red antes de que les lleguen a sus destinatarios legales. Estamos metidos en un inmenso proceso de vidas sin vida, agudizado por el ansia del Gran Hermano de controlarlo todo, de saberlo todo. Y, si no, que le pregunten al FBI y al espionaje que han hecho a los ciudadanos de este mundo, a través del inmenso ojo que todo lo ve. Estamos perdidos. Hay millones de antenas que nos vigilan cada día y que traspasan los muros, ya débiles, de nuestra intimidad.

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