Aunque Repsol se ha apresurado a restarle importancia a los movimientos sísmicos ocurridos días pasados entre Fuerteventura y Lanzarote, donde tiene pensado efectuar las previstas catas en busca de hidrocarburos, y esta compañía recuerde que pozos petrolíferos y seísmos conviven en varios países del mundo, lo cierto es que la opinión pública de las Islas se ha alarmado, no solo por la opinión publicada, que va en esa dirección, sino porque los manipuladores de turno así lo han propiciado en todo este tiempo de mentiras y falsedades.

Es lógico que el pueblo canario se inquiete ante un posible derrame de crudo -poco probable teniendo en cuenta la tecnología punta utilizada por la industria petrolera-; pero, como ya he dicho hace tiempo, e insisto en ello, ¿qué hacemos para evitar un episodio similar en las aguas adyacentes entre Canarias y Marruecos?: ¿levantamos un muro de contención? Por supuesto que a nadie le gustaría que "nuestros mares" se vieran afectados por derrames de crudo proveniente de las pretendidas prospecciones; y mucho menos que nuestro ecosistema marino sufriera esas terribles consecuencias. Pero, en puro pragmatismo, y dada la sistémica y grave crisis económica que padece Canarias, ¿podemos renunciar alegremente, ante planteamientos demagógicos y poco rigurosos, a los enormes beneficios que reportaría la explotación de nuestros recursos naturales, y que legítimamente nos pertenecen?

Los canarios estamos acostumbrados a convivir con episodios de origen volcánico, como es la propia naturaleza de las Islas. Precisamente, entre los años 1914 y 1917 Fuerteventura se vio afectada por una serie de movimientos sísmicos de cierta envergadura, acompañados ocasionalmente de actividad gaseosa tipo fumaroliana. La falta de precisión de los datos y, sobre todo, la escasez de referencias a los fenómenos ocurridos dificultan su calificación; por ello, todas las referencias a esos fenómenos solo se encuentran en la prensa canaria de la época, que destacaba los numerosos testimonios de majoreros hablando de ruidos subterráneos en gran parte de la Isla, ignorándose si se trataba de terremotos o de un nuevo volcán.

En esta ocasión, Fuerteventura registró un seísmo de 3,7 grados en la escala de Richter, junto a otro de 2,4 grados de magnitud en la zona donde pretende sondear Repsol. En efecto, el Instituto Geográfico Nacional (IGN) español ha detectado en la madrugada del pasado 11 de junio dos seísmos de las magnitudes indicadas frente a las costas de Lanzarote y Fuerteventura, en lo que denomina una supuesta mediana entre España y Marruecos (¡¡que no está trazada, ni mucho menos delimitada!!). El primero de esos dos movimientos, con epicentro en el Atlántico y foco a 20 km. de profundidad, se registró a las 2.36 horas de la madrugada y fue sentido en las poblaciones de La Concha y Arrecife en Lanzarote.

El segundo seísmo en esa zona tuvo lugar a las 7.43 horas, casi en las mismas coordenadas y con foco a 36 km. de profundidad que no fue sentido por la población. Dos minutos antes, se produjo otro movimiento de magnitud 2,8, aunque en el lado opuesto de Lanzarote, frente a su costa oeste. En este caso, el epicentro también se localizó en el mar a las 6.41 horas GMT y el foco se situó a 10 km. bajo la superficie.

En un oportunista comunicado, el presidente del Cabildo de Fuerteventura, Mario Cabrera (CC), ha llamado la atención sobre el hecho de que la localización de los seísmos registrados en lo que él llama ignorantemente "la mediana de las aguas españolas y marroquíes" coincide con la zona donde se ha autorizado a Repsol a realizar las polémicas prospecciones. Hasta el extremo de decir demagógicamente que "si la perforación llega a estar en marcha, ya estaríamos recogiendo piche en la costa".

Por su parte, un portavoz de Repsol ha informado de que "el IGN ha contabilizado en los últimos cinco días en la Península y Canarias más de una treintena de pequeños seísmos, la mayoría de los cuales han sido imperceptibles para la población". Asimismo, la petrolera ha insistido en que existen otros puntos en el mundo donde la actividad petrolífera convive con movimientos sísmicos de mucha mayor magnitud que los observados en Canarias, como en California o la costa del océano Pacífico de América del Sur.

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