La prensa madrileña de hace unos días nos trajo la noticia del fallecimiento en Madrid, donde residía, de mi amigo Pablo Alarcó, a quien hacía montones de años que no veía. Nuestra amistad no fue ni larga ni profunda, aunque con el denominador común de que ambos nos considerábamos como canarios, aunque él fuese nacido en Madrid como último destino paterno, si bien a quien conocí más fue a su hermano mayor, León, casado con una Lecuona. La primera vez que vi a Pablito fue el año 1941, en algo entonces muy socorrido como era una manifestación patriótica. Pero aquella del año 41 tenía un carácter muy especial: había comenzado la invasión de Rusia por parte de los alemanes en la 2ª Guerra Mundial, nada más acabada la guerra civil española con la victoria de las fuerzas sublevadas el 18 de julio del 36 bajo el mando del general Sanjurjo. El Gobierno español de aquellos 40 se sentía, en cierto modo, deudor de la ayuda que el Gobierno alemán le había prestado durante la contienda española, donde la ayuda rusa y la ideología comunista no pudieron evitar su derrota, y juzgó oportuno ofrecer su ayuda al ejército alemán mediante la División Azul, formada por voluntarios pero con jefes militares profesionales, también voluntarios, lo que no agradó demasiado a los alemanes, que hubiesen preferido una ayuda del Ejército español como tal, y no a través de un ejército de voluntarios.

Fue a finales de junio de ese año de 1941, hace por tanto 72 años, cuando como estudiante chicharrero en Madrid participé en una manifestación organizada principalmente por en sindicato universitario SEU, en la que se pedía una acción contra Rusia. Ese año mis exámenes de ingreso en la Escuela de Ingenieros no habían terminado muy brillantemente que digamos, y aquello de manifestarse era como una válvula de escape, por lo que yo, como otros muchos, disfrutamos recorriendo las vías principales de Madrid vitoreando a unos y vitupereando a otros. Y así llegamos hasta la sede de la Secretaría General del Movimiento, en aquellos momentos bajo el mando del ministro José Luis Arrese (a quien al parecer se debe el nombre de División Azul) y situada en un moderno edificio de la calle de Alcalá, entre el Banco de España actual y el Círculo de Bellas Artes, hermoso edificio que aún sigue allí, y donde el entonces ministro de la Gobernación, Serrano Suñer, pronunció un corto pero trascendental discurso donde acuñó el desde entonces célebre eslogan de "Rusia es culpable". Dentro de la SGM funcionaba una especie de oficina de información de lo que empezaba a llamarse División Azul, a la que nos dirigimos un grupo de estudiantes conocidos y fue allí donde encontré como informador a Pablo, que creo recordar llevaba vestido militar y, posiblemente, de alférez provisional, y con quien, por mi condición de canario, hice amistad inmediata. Me parece oportuno recordar aquí que fueron muchos los jóvenes que al no haber podido participar –y por causas diversas, como edad o encontrarse en "zona roja"– de manera activa en la contienda en defensa de ideales con los llamados "nacionales" por unos o "rebeldes" por otros, decidieron arriesgar sus vidas con su presencia en la conflagración europea, ya que, para ellos, Rusia era culpable directa de la guerra civil, como fue el caso de varios amigos, o el de un primo de mi mujer, o el del futuro marido de una hermana, ya fallecidos ambos. Y como nos recordaba también hace unos días la prensa local, fuera también el caso de un voluntario orotavense que debió de perecer en combate aunque su cuerpo no fue jamás hallado, perdiendo su familia toda esperanza de recuperarlo a la llegada del vapor "Semiramis" con los últimos detenidos como prisioneros de guerra en tierra rusa.

Ya ambos en la Escuela de Minas, la no coincidencia en el mismo curso hizo que nuestra amistad, aunque se consolidase, no llegara a ser intensa y al terminar nuestros estudios emprendimos caminos diversos ya que yo empecé a trabajar en la empresa siderúrgica y luego en la química, mientras que él trabajaba en una empresa de venta de maquinaria para la minería y la industria en general, circunstancia que hizo que a partir del año 51 nos volviésemos a encontrar repetidas veces como profesionales, él como vendedor (con oficinas en Galicia) y yo como comprador en Asturias. Ello hizo revivir la amistad iniciada diez años antes. Fue en uno de sus viajes a Asturias cuando conoció, en una de sus visitas a plantas industriales en la costa occidental asturiana, a las hijas del industrial Canosa, con una de las cuales llegó a casarse y con la que ha vivido hasta su fallecimiento. El Señor ha querido bendecir su casa con seis hijos y 14 nietos. Y me entero de que el matrimonio Alarcó Canosa vivió en Madrid, en la calle Balbina Valverde, donde también transcurrió hasta su muerte la vida de uno de mis primeros amigos cuando vine el año 39 a estudiar a Madrid, Juan Jesús Torán, ingeniero de caminos, como su padre y su hermano mayor, al que Pico le decían, responsable directo de mi estancia en la Pensión Amiano, Prado 10, de tan grato recuerdo para mí.

Toda una avalancha de recuerdos de mi juventud de estudiante universitario que se han actualizado con el fallecimiento de mi amigo Pablito Alarcó, que el Señor tendrá de seguro a su lado. Porque, como dice mi amigo Carlos Pinto en uno de sus inolvidables versos: "Casi al final de la aventura, me siento a descansar. / Hago memoria de mis días, cuento mi historia una vez más".