Me gustaría saber cuánto nos ha costado a los contribuyentes la liberación de las cooperantes Blanca Thiebaut y ontserrat Serra, ambas colaboradoras de édicos Sin Frontera. Eso suponiendo que haya costado algo a las arcas públicas su puesta en libertad. La otra posibilidad es que el rescate lo hayan pagado íntegramente sus familias o la ONG para la que trabajaban. Todo ello con la salvedad de que sus captores -a los pocos días del secuestro se supo que se trataba de simples delincuentes comunes en busca de dinero- no hayan tenido un gesto postrero de arrepentimiento, o de humanidad, y las hayan dejado marchar con una palmadita en la espalda y unas sinceras disculpas por las molestias ocasionadas.

La vida de una sola persona vale más que todo el dinero del mundo. No se trata, en consecuencia, de ponerse rácanos. Lo que se haya pagado por liberar a estas mujeres, si realmente se ha pagado algo -insisto-, bien empleado está. Tampoco voy a discutir la labor que hacen determinadas organizaciones no gubernamentales. Lo único que quiero es saber cuánto me cuesta todo esto en parte alícuota, habida cuenta de que este mes he pagado en impuestos más de un tercio de mis ingresos brutos. Y el mes pasado otro tanto. Y el anterior también. Cierto que antes de ponernos cicateros con las ONG habría que empezar por suprimir la mitad de los ayuntamientos, despedir asesores y privatizar del todo -o cerrar; visto lo visto, mejor cerrar- la Televisión Canaria. Desgraciadamente, el despilfarro continúa siendo mayúsculo en todos los epígrafes. Pero de ahí a concederles un cheque en blanco a las ONG media un abismo tan absurdo como los disparates cometidos en su día por Zapatero para proteger la sodomía en Uganda, hay que joderse -nunca mejor dicho-, o la enseñanza del quechua en el altiplano peruano. Con la circunstancia añadida, en absoluto insignificante, de que cualquier ciudadano de este país se ha convertido en pieza fácil para todo facineroso que desee ganar dinero fácil. En definitiva, de acuerdo con el secreto sobre el proceso seguido para la puesta en libertad y el respeto a la intimidad de ambas cooperantes, como solicitan sus familias y SF, aunque también necesitamos información por muy mínima que sea. Lo contrario supone reducirnos a la condición de siervos de la gleba; infelices individuos de tiempos infames, obligados a trabajar para mayor gloria de su señor y, acaso lo peor, sin derecho a preguntar ni muchísimo menos protestar.

Queda la cuestión de que si se airea cuánto se ha pagado, se abre la puerta a nuevos secuestros. Como si ya no fuese planetariamente conocida la generosa forma de actuar del Gobierno español en estos casos, sea cual sea su color político. La otra faceta del asunto atañe a las decisiones personales. Cada cual es libre de ir a donde le plazca para ejercer su caridad, pero asumiendo los riesgos que ello entraña. Nadie obliga a nadie a correr delante de los toros en Pamplona. Allá cada cual con sus altruismos o sus machadas. Lo que no se puede pretender es que esos gestos acabemos por pagarlos todos.

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