Releer un libro es volver a encontrar emociones entre sus páginas, párrafos en los que probablemente no se repara en esa primera lectura; personajes que en apariencia desempeñaban un rol en la trama de una novela y que se descubren presos de sus grandes pasiones: "He amado hasta llegar a la locura; y eso a lo que llaman locura, para mí, es la única forma sensata de amar (Françoise Segan)"; secretos que bajo llave se guardan celosamente en el ático del alma, en el lado oscuro de las cosas y que terminan convirtiéndose en pesadillas que gravitan sobre las almohadas. Poco importa el que la decepción no mate sino que enseñe; que el olvido haga crujir de dolor los sentidos y que el autor afirme que la protagonista, de volver a vivir, comenzaría a andar descalza al inicio de la primavera hasta que los primeros charcos del otoño le empaparan los pies.

"Cada persona -léase escritor- que pasa por nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva algo de nosotros. Habrá de los que se llevarán mucho, pero no habrá de los que no nos dejarán nada. Esta es prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad (Jorge Luis Borges)". Y es que la historia de cada cual siempre encuentra reflejo en algún pasaje literario, nada nuevo hay por descubrir bajo el sol. Aunque hay que reconocer que "la gloria o el mérito de algunos hombres es escribir bien; la de otros es no escribir nada (Jean de la Bruyere)". Cada lector deja sus emociones al tacto del papel, al pasar las páginas, al terminar los capítulos e incluso al llegar a la palabra "fin". Rabia, dolor, alegría, risas, lágrimas, conocimientos, sorpresa, desvelos, inquietudes, miedo, incertidumbre, pesadilla, asco, reflexión... ¡tantas cosas!

Para el que ama es doloroso despertarse, sentarse al borde la cama y quedarse mirando a la nada, el buscar sonidos familiares en el silencio, el querer dar un abrazo para recargar el corazón con los latidos del otro y encontrarse con un vacío que es más que inmenso. Vestirse de fiesta y buscar la aprobación en las palabras de una mirada, el sentarse a la mesa con la única compañía de los recuerdos, el darle el punto de sal a un plato que nadie compartirá, el leer las noticias del día sin poder encontrar el eco en otras voces. A su alrededor no hay nada. Y de poco consuelo sirven las palabras de Cervantes: "Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades". Simplemente porque "la vida siguió, como siguen las cosas que no tienen sentido" (Joaquín Sabina), y el dolor se mantuvo y la dejo descalza, con los pies húmedos del duro invierno. Llega el verano y los pies siguen mojados, pero esta vez el torrente es del agua salada que desbordan los ríos de sus ojos... "Y debo decir que confío plenamente en la casualidad de haberte conocido. Qué nunca intentaré olvidarte, y que si lo hiciera, no lo conseguiría. Que me encanta mirarte y que te hago mío con solo verte de lejos. Que adoro tus lunares y tu pecho me parece el paraíso. Que no fuiste el amor de mi vida, ni de mis días, ni de mi momento. Pero que te quise, y que te quiero, aunque estemos destinados a no ser" (Julio Cortázar).

La protagonista del relato se pregunta: ¿qué será de su vida?, ¿cuánto sobrevivirá en las mazmorras del abandono?, ¿podrá soportar los silencios de los días y las ausencia en las noches?, ¿quién lo sabe? Por eso "voy a cerrar los ojos en voz baja, voy a meterme a tientas en el sueño. En este instante el odio no trabaja para la muerte que es su pobre dueño, la voluntad suspende su latido y yo me siento lejos, tan pequeña que a Dios invoco, pero no le pido nada, con tal de compartir apenas este universo que hemos conseguido por las malas y, a veces, por las buenas. ¿Por qué el mundo soñado no es el mismo que este mundo de muerte a manos llenas? Mi pesadilla es siempre el optimismo: me duermo débil, sueño que soy fuerte, pero el futuro aguarda. Es un abismo. No me lo digan cuando despierte" (Mario Benedetti).