Tres diccionarios y tres comentarios. Ofrezco hoy el tercero y se acabó lo que se daba. Este de hoy me ha resultado más difícil, pero muy enriquecedor. Se trata del Básico de Canarismos, editado por la Academia Canaria de la Lengua. Hay en este cientos de palabras para mí desconocidas. Y varias decenas de otras que nosotros, los garachiquenses, decimos de distinto modo. Pero tengo poco espacio. Solo me ocuparé de algunas de tales palabras:

Eso de que las brevas son el primer fruto de la higuera y que solo en su segunda tanda fructificadora dan higos no va con nosotros. Nosotros tenemos higueras por un lado y breveras por otro. Son árboles diferentes. Ligeramente diferentes, pero algo. Quienes no quieran creerme que vengan a nuestro barrio de San Nicolás y se convencerán. Otra cosilla: a los boliches grandes, tanto de vidrio como de acero, los llamamos vaconas, sobre todo a las que obtenemos de los rodillos que los camiones llevan en las ruedas. El diccionario de canarismos las llama vacotas. Humberto Hernández, Marcial Morera, Juan Manuel García Ramos, Antonio Lorenzo, Gloria Díaz Padilla, Gonzalo Ortega y etcétera tendrán sus motivos para opinar así.

Cierto que hay jabardos de abejas. Tan cierto como los hay -para nosotros, al menos- de moscas, hormigas, ovejas, cabras, palomas, gaviotas... y hasta hay jabardos de niños: "Un jabardo de niños llegó al patio y se terminó el silencio, casi religioso, que allí había".

Cuando en 1950-51 estuve en El Aaium cumpliendo mi servicio militar pude darme cuenta de que mi vecina, ya desaparecida, doña Manuela tenía razón en llamar guayetes a los niños. Los moros también lo hacían. Guayetes, sí señor.

Creo que hace más de treinta años que el periodista Álvaro Martín Díaz, que firmaba con el seudónimo ALMADI, escribió en "La Tarde" la palabra maravalla. Y yo me quedé in albis. Hasta que alguien me dijo que maravalla y virutas es lo mismo. Nosotros, en Icod, Garachico, Los Silos, Buenavista y El Tanque (magos que somos), decimos virutas en lugar de maravallas. En La Orotava creo que ocurre lo contrario. Cosas de la aristocracia, digo yo.

Sabemos la gran diferencia que existe entre velorio y velatorio. Lo que ocurre es que la palabra velorio se ha ido extinguiendo, No está el horno para bollos. Los velatorios, por desgracia, siguen en pie. (No. En pie no puede ser porque entonces no serían velatorios). Quiero decir que la gente se sigue muriendo y los amigos vamos a visitarlos. No creo que falte mucho para que me lo hagan a mí.

Lo más raro del diccionario de canarismos es que no encontré la palabra cafiro. En Garachico llamamos cafiro a un acordeón viejo. Y esto ocurre desde el año de la pera, cuando un señor de La Vega, barrio de Icod, bajaba a Garachico el día de San Roque de cada año y se sentaba en un banco de la Plaza de Abajo a tocar su cafiro en espera de que San Roquito saliera de la iglesia de Santa Ana, donde se encontraba desde una hora antes. La gente aprovechaba para, al son o soniquete del cafiro interpretando isas, folías y malagueñas, ponerse a bailar, aunque no eran ni las 11 de la mañana. Pues bien; a lo que iba. En el diccionario que me ha enviado Humberto Hernández y que estoy comentando a mi manera, la palabra cafiro no existe. Me dicen, sin embargo, que tal palabra la pronuncian -y la escriben- en Cuba, no sé si en Camagüey, Pinar del Río, Santa Clara o Ciego de Ávila. Lo cierto es que en Cuba la dicen. O así me lo afirman, que no es lo mismo. De todos modos, felicidades, señores, por tan hermoso quehacer. Sobre todo a ti, Humberto, por enviármelo. Y por la parte de trabajo que te toca.

Va aquí mi abrazo más cordial.