Estamos asistiendo, impávidos y resignados, al desarrollo de acontecimientos sociales, culturales, laborales y económicos que, paulatinamente, van acorralando a la sociedad civil en un callejón cerrado a cualquier posibilidad de salida sin esperanza de supervivencia. Un amasijo indefenso de seres damnificados por una exigua minoría, tan ínfima en número como en valores humanitarios, pero tan poderosa como grave es la enfermedad incurable de su ambición.

Ejemplos puntuales deben servir para correlacionar realidades que nos impidan cerrar los ojos ante evidencias, ni siquiera taparlos con manos enrejadas para solo asomar miedo entre los dedos separados.

Es alarmante, y motivo de profunda inquietud, la nueva técnica de gestión empresarial que viene desarrollándose en coincidencia con una reforma laboral inhumana que ha dado al traste, de un plumazo, con dos centurias de avances sociales y derechos fundamentales para quienes nacimos con la penitencia original de tener que trabajar para ganar el pan con el sudor de la frente.

La maniobra es simple. El objetivo: abaratar costes. ¿Dónde?: en personal. Hay que quitarse de en medio a los profesionales más antiguos, aunque sean expertos en grado óptimo; pero sus trienios encarecen las nóminas. Hay que sustituirlos por gente barata; por novatos sin la calidad que da la experiencia, pero sus sueldos serán misérrimos. No importa que disminuya el prestigio de la empresa ni la categoría del producto. Solo interesan los balances y los números negros. Además, el mercado me permite elegir entre seis millones de currículos, y antes de que alguno se encarame en el escalafón el despido libre me permite sustituirlo por otro al día siguiente.

Procedimiento: supongamos una plantilla equilibrada en una empresa comercial, industrial o de servicios. Sigue obteniendo beneficios a pesar de la crisis; pero la nueva legislación provoca la tentación maligna de intentar multiplicarlos. ¿Cómo? Pues habrá que aparentar pérdidas, o justificar una previsión negativa, para promover una regulación de empleo y así deshacernos del personal experto pero caro. ¡Perfecto! Con lo que gana uno de estos podemos contratar a tres baratijas. Pero... a ver cómo lo hacemos para que no se nos vea mucho el plumero. Empezaremos por "externalizar" producción. Consiste en contratar alguna empresa externa para que cubra determinada parcela de nuestra actividad. Claro que los trabajadores de esta no tienen el convenio colectivo de los nuestros; sus condiciones de trabajo son más exigentes y sus salarios, la mitad de los que tenemos aquí. Esto empieza a salirnos más barato. ¿Por qué no continuamos con otra área de producción interna y la "externalizamos" a otra de estas de bajo coste? Y luego otra, y luego otra. Fíjate, además, que si a las empresas satélites les proporcionamos gratuitamente medios propios, nuestra maquinaria, infraestructura, instalaciones, material, etc., el abaratamiento de costes es definitivo. Nuestra gente de ahora se queda sin medios para el desarrollo de su actividad habitual, y ya podemos presentar un ERE. Nos sobra gente porque ya no hay trabajo para ellos. Hay pérdidas y tenemos que echarlos. Cuando nos hayamos librado de estos, podremos fichar, con contratos de los de ahora a los currantes baratos de las empresas anexas... o las absorbemos directamente. Craso error es la contemplación de estos casos a nuestro alrededor considerando que es un problema ajeno y distante, y que "¡ah, se siente!, pero a mí no me toca". Pues no. El sentido común y un mínimo de capacidad de raciocinio nos indicarán que esta nueva filosofía de gestión empresarial, perversa, cruel e inhumana, por correlación terminará por afectarnos a todos. A no ser que pase algo, o que entre todos hagamos algo.

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