Si este que les habla se viera un día en la tremenda tesitura de tener que confeccionar, él solito, un diccionario de la Lengua Española, al llegar al adjetivo valiente, escribiría las siguientes palabras: "Persona que suele esconderse tras un seudónimo o bajo unas grandes iniciales para enviar una carta a alguien poniéndolo verde o tratando de ridiculizarlo". Estos días he recibido una carta que firma G.B., con lo que me quedo sin saber si me ha escrito Guzmán el Bueno o Genoveva de Brabante.

A mi antagonista no le ha hecho ni pizca de gracia mi artículo núm. 500 porque, según él -o ella- estoy rezando para que Franco resucite. Además me llama joseantoniano, blaspiñarista, fraguista y admirador de Carrero Blanco. Pero no me he enfadado. A mí me enfadan ya pocas cosas. Peor hubiera sido que me llamara trosquista, stalinista, leninista, castrista, hugochavista, madurista (de Maduro) o cositas de esas. Fue, ya lo ven, un buen chico. O una buena chica, que nunca se sabe. A partir de ahora no habrá genovevas ni guzmanes; hablaré en singular y masculino para abreviar el texto.

Yo hablaba del Excmo. Sr. Don Francisco Franco y de la Excma. Señora doña Carmen Polo (q. e.p.d.), es cierto. Pero se trataba de un comentario ajeno. Yo me limitaba a repetir las palabras de una señora que, enfadadísima con Rajoy, porque lo considera más débil que un merengue en el escaparate de una dulcería, añoró a don Francisco. Está en su perfecto derecho. Yo he visto banderas republicanas en manifestaciones peninsulares -no una ni dos- y nadie se ha enfadado. Bueno, yo sí, pero no soy de pueblo.

Citó, además, la señora de la plaza unas palabras del Evangelio, que hacían alusión a la expulsión de los mercaderes el templo por parte de Jesús acompañándose de un hermoso látigo. Y es que -decía ella- cuando las palabras no bastan...

Por si les sirve de algo voy a copiarles unas pocas palabras de las que se leyeron el día de Candelaria en la pequeña capilla del hospital de Garachico.: "...dio a luz un varón, destinado a gobernar con barra de hierro a los pueblos".

Para facilitar la tarea a los lectores diré que la primera lectura a que hago referencia lleva, al comienzo, estos números y letras: "(11.19ª) (12,1) (13-6ª) (10ab). Los paréntesis son míos y es posible que en lugar de facilitar la tarea la compliquen. Perdón.

También me pide mi anónimo comunicante que, en lugar de enaltecer a mi Caudillo, me dirija al Ayuntamiento de la Villa y Puerto y les eche en cara a Juan y a Pedro todos los errores, todos los fallos, todos los abandonos, todas las libertades que hacen o dejan de hacer. Pero ocurre, amigo, que a mí, que soy un anciano, no me va ahora de lo mandadero. Me duelen mucho las rodillas y se me van las cosas de la cabeza. Lo que debe hacer mi comunicante -es mi opinión- es subir las escalinatas de las Casas Consistoriales, entrar por el zaguán de planta de mármol y preguntar por el alcalde o el concejal del ramo; le cuenta usted sus problemas y a lo mejor tiene suerte. Espero que lo reciban. Pero no me mande usted a mí, señor. Ya dice el refrán que "el que tiene boca no manda a soplar". Aunque no sé si a usted, empeñado en otras cosas, es aficionado a leer refranes.

El terrible problema de Gibraltar no lo toca el señor G. B. en su carta. Debe de ser porque Franco no está metido en el lío. Ni doña Carmen.

De todas maneras, ya saben los lectores que personas como G.B. hay muchísimas por ahí. Hablan en la plaza, en la playa, en el supermercado, pero lo de dar la cara no les va. Que lo hagan otros. Es más fácil. Con o sin Franco.