Me considero una mujer con mente abierta y de las que nunca ha experimentado ese rechazo a las sinergias culturales, pero lo que jamás he soportado son los visitantes que, nacidos en una aldea perdida de la península, emigran a los cinturones de las grandes ciudades, y vienen a pasar sus vacaciones a Canarias con la mentalidad retrógrada del conquistador que se adentra en la Siberia española, a las islas que otros como él colocaban en un recuadro en el mapa de España. A esos que solo vienen por el sol y van de sobrados, de enterados y de cultos los llamo yo "godos" y créanme, abundan.

He tenido la fortuna de que me toque uno como vecino, aunque esta es una comunidad pequeña y nos conocemos todos, y sé que el susodicho solo viene unos días en el verano, pues sus suegros -gente mayor y encantadora-, se preocupan si no me oyen, si no he salido a la calle, si el coche no está en el garaje, de tal manera que casi me han adoptado. Pero volviendo al yernísimo, el pobre, además de godo, tiene un problema con la membrana pituitaria, es decir, percibe los olores de la vecina pero no los de la freiduría que hacen en su casa para comer.

El buen señor me tocó el timbre a las nueve de la noche -de sobra está decir que en un momento inoportuno, pues estaba saliendo de la bañera-, y al preguntar que quién era me respondió que el vecino. Abrí al pensar que su suegro tenía algún problema de salud o que me habían hecho unas croquetas. Nada más lejos de la realidad. Era el yernísimo, que venía a acotar terreno, a poner una pica en Flandes, a llamarme la atención porque en mi puerta había dejado la bolsa de la basura del día hacía diez minutos. Como siempre, la bajo a la hora que se indica y generalmente es después de la cena y el baño.

Cierto es que no debo ponerla en mi felpudo, pero lo hago para nada más salir darme de bruces con ella y no olvidarme. Comprenderán que los detritos frescos del día no dan mal olor, así que afirmo, totalmente convencida, que al godo algo le falla algo en la membrana pituitaria. Por cierto, que no sé si ésta tendrá algo que ver con el respeto a los horarios de descanso, con la prepotencia con la que se dirige a una persona mayor -como es mi caso-, con la forma de amonestarme gestualmente... Tengo la impresión de que si pasó por la universidad no aprendió buenas maneras. En parte es comprensible al vivir en la jungla de asfalto, en edificios masificados e impersonales, olvidando sus orígenes, los tiempos en que pastoreaban y los vecinos se ayudaban unos a otros, en los que por no ofender ni hablaban.

Este señorito de capital ha venido de vacaciones mal encarado, con la mentalidad del peninsular que quiere marcar terreno, que se considera con derechos sobre unos pobres ignorantes como nosotros. Y sé lo que digo, pues tuve un cuñado que decía que era de Madrid y vivía en un pueblo de la sierra en el que las calles eran caminos de tierra. Buena gente, pero nada más hacerse novio de la que luego fue su mujer ya quería montar un "tinglado" con planchas para hacer un garaje en el patio de casa. Este pobre, que poco sabía leer y menos escribir, era un abogado de sequero, como casi todos los que carecen de educación, sean de aquí o de allá. Te hablan de leyes como si tu no hubieras ido nunca a la universidad, te cuentan de su calidad de vida como si una no estuviera cansada de viajar, de lo bueno que son sus chorizos y longanizas y, oiga, en eso sí que tienen razón.

Bueno, como ya se me ha pasado el enfado, no sé si hacerle una tortilla de "patatas" al yernísimo e invitarlo a cenar. ¿Quién sabe?, igual entre papas, huevos y perejil descubro sus virtudes y encantos ocultos.