Siempre me he manifestado en contra de las cuotas y de la monserga de la paridad en los puestos políticos, básicamente porque, al final, lo que sucede es que eligen para un cargo relevante a una mujer, no por sus méritos, sino por el mero hecho de pertenecer al sexo femenino con el consiguiente peligro de que la elegida no sea especialmente avispada, como ya se ha demostrado, y si alguien tiene dudas que ojee las hemerotecas.

Decía Simone de Beauvoir, a mediados del siglo pasado, que la verdadera igualdad entre hombres y mujeres se alcanzaría cuando mandase "una mujer tonta tal como ocurre en el mundo de los hombres". Pasado algo más de medio siglo, debemos reconocer que no estaba en posesión de la verdad en su comentario, ya que tal y como van las cosas la plena igualdad se alcanzará cuando mande una mujer tonta, y que la sociedad, al comprobar lo boba que es, no sonría de manera condescendiente mientras por lo bajo dice: ¡mujer tenía que ser!

Sí, lo sé, es injusto generalizar y creo que los hombres, de un tiempo a esta parte, están haciendo un gran esfuerzo para subsanar conductas y actitudes que han sido habituales en el pasado. Muchos son, por ejemplo, los que ayudan en casa y comparten tanto las tareas domésticas como el cuidado de los hijos. También son muchos los que se enorgullecen de que su mujer triunfe en el terreno profesional e incluso no les importa favorecer su carrera y quedarse en un segundo plano si la de ella es más brillante que la suya. Sin embargo, todas estas actitudes responden más a un acto de voluntad que a una convicción arraigada. En otras palabras, existe un machismo residual muy difícil de erradicar, producto de los siglos, por no decir los milenios, en que las cosas eran de otra manera. Por eso el marido "enrollado" que colabora con las tareas domésticas a veces no es más que lo que yo llamo "un feminista simbólico". Me refiero a ese que dice "no te quejarás, hoy puse la mesa y fregué la loza", como si él no comiera y no ensuciara, dando a entender que el ayudar en casa no es su cometido, que él está por encima de esas cosas mundanas.

Por eso también, aunque un hombre diga que está muy orgulloso de que su mujer tenga un trabajo más brillante que el suyo, no se priva de hacerle sentir que tiene a sus hijos "abandonados" por causa de sus largas jornadas laborales, o que se acabó la leche y hay que ir al pediatra el viernes. Algunos incluso se sientan en la mesa y preguntan: ¿qué cenamos?, mientras esperan a que improvises un revuelto y se la pongas delante con pan tostado incluido.

Es más, cuando una mujer en un puesto relevante dice una tontería no es lo mismo que cuando la dice un hombre. En el caso de nosotras es una bobería, en el de ellos un lapsus, como si las estupideces fueran solo femeninas. Si un hombre va con muchas mujeres es un conquistador, en cambio si lo hace una mujer es una loca, una prostituta, una descerebrada. Al hombre se le permite socialmente estar pasado de alcohol, la mujer directamente es una borracha. La verdad es que nadie juzga al género masculino por la conducta de un solo individuo y, sin embargo, no ocurre lo mismo si se trata de una mujer. Pongamos otro ejemplo típico, la forma de conducir. ¿A qué hombre no se le ha escapado alguna vez un "mujer tenía que ser" al ver a una señora un tanto vacilante intentando aparcar sin éxito?

¿Y en el fútbol? Ahí ya es el no va más. Un hombre que vocifere en contra del árbitro es un valiente, y aunque chille como una cacatúa a nadie se le ocurre decir que los hombres son todos unos histéricos o unas verduleras. Lo mismo ocurre con el caso que enunciaba más arriba, pues en el mundo de los hombres, si un político suelta una soberana estupidez nadie dice "que imbéciles son los hombres". Así que el machismo residual pervive, es el responsable de que no se juzgue igual a hombres y mujeres. Por ello, ¿de qué sirve la paridad?