Que Fabian Picardo, ínclito ministro principal de Gibraltar, acuse en la ONU a la Guardia Civil de disparar contra inocentes ciudadanos del Peñón no debería ser noticia de portada. Tampoco viene a cuento rasgarse las vestiduras por su insolencia. En España, si uno dice que determinado señor se tiñe las greñas de colorado, o que determinada señora acudía a trabajar con un trapo de franela en el bolso para limpiar del polvo de su mesa, lo crujen por invadir el honor de los aludidos. En cambio, si culpa a un cuerpo policial por actitudes criminales, por lo demás absolutamente falsas, no sucede nada. O sí sucede.

Sucede, muy atemorizados deben estar Picardo y sus acólitos de la colonia, que el Gobierno de España presenta una queja ante el ídem británico, amén de otra protesta en las Naciones Unidas. Gimoteo oficial que no será motivo alguno para una reunión ad hoc del Consejo de Seguridad.

Hay otras cosas que el Gobierno español puede hacer con Picardo. Lo podría detener la propia Guardia Civil, por ejemplo, el primer fin de semana que acuda a su mansión de Sotogrande; esa elitista urbanización donde se relajan los magnates de la colonia porque en su exiguo territorio no hay espacio para edificar ni un mal adosado. No arrestarlo para darle un par de cachetadas ni mucho menos torturarlo, pese a su insistencia en comparar la España actual con la franquista; simplemente llevarlo ante un juez para que demuestre sus acusaciones contra los beneméritos o, caso de no poder hacerlo, para que sea condenado por lo menos a pagar una multa. Digo yo.

De Picardo cabe esperarlo todo. Un poco más de sorpresa causa el hecho de que la gira americana del bufón gibraltareño haya sido organizada por Juan Verde Suárez (John Green en el idioma de los gringos); un asesor -o algo así- nacido en Telde, isla de Las Palmas, el 7 de julio de 1971. Green fue en su día recaudador de fondos para las campañas electorales de gente como Al Gore, los esposos Clinton, Kerry u Obama. Debió recolectar mucho porque este último lo nombró vicesecretario para Europa del Departamento de Comercio. Lo suficiente para venderles una buena moto a sus paisanos y a quien se terciara. Uno moto grande -pero sin ruedas- que no logró endosarle a todos, la verdad sea dicha, porque Ignacio González lo mandó al carajo cuando era presidente de la Cámara de Comercio de Tenerife. Con educada discreción, pero lo hizo. A otros, en cambio, Green les ha endosado la moto, la bicicleta y hasta una patineta de cartón piedra.

Juan John Green Verde es dueño de asesorar a Picardo y a quien le dé la gana, que es lo que hace desde que abandonó el Departamento de Comercio en 2011. Lo que no se explica Ramón Pérez-Maura en su columna de Abc es que un "lobbysta" emplee el nombre de significativas empresas españolas, como lo son el Banco de Santander y Abengoa, para esparcir en Washington y Nueva York el odio gibraltareño contra España. ué pregunta, estimado Ramón. Por supuesto que sí; en este país no hay nada ilícito, salvo retrasarnos un día en pagar un impuesto o no agachar la cabeza ante la autoridad debida. Por eso Verde Green y similares campan a sus anchas.

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