Los miles de ciudadanos que el pasado sábado se concentraron en la Plaza de Cataluña y calles adyacentes, en Barcelona, para reivindicar que se sienten catalanes y españoles, dieron una muestra evidente de que la sociedad catalana es plural y diversa, muy alejada de esa imagen monolítica a favor de la independencia que se intenta dar desde el nacionalismo. Sin entrar en la guerra de cifras respecto al número de asistentes -150.000 según los organizadores, 30.000 según la Policía Municipal-, el valor que tuvo el acto radica en que una buena parte de los catalanes que no quieren la secesión del resto de España sacudieron su modorra y, convocados por diversos movimientos sociales y por el PP y Ciudadanos, decidieron salir a la calle para hacerse visibles y dejar claro a la opinión pública española e internacional que no toda Cataluña es independentista.

Algo similar sucedió en el País Vasco cuando, a comienzos de la década del nuevo siglo, diferentes movimientos sociales como el Basta Ya o el Foro de Ermua, con el apoyo del PP y del PSE, convocaron una gran manifestación por las calles de San Sebastián "contra el nacionalismo obligatorio", en ese caso del PNV y de la izquierda abertzale. Aquello fue la semilla que fructificó años mas tarde con la llegada de un lehendakari no nacionalista a la Presidencia del Gobierno vasco, aunque la presencia actual de ETA en las instituciones a través de Bildu haya supuesto un retroceso histórico en aquella lucha democrática.

Ante la trascendencia del momento político que se está viviendo en Cataluña, se echaron en falta varias cosas en la concentración del pasado sábado. Se echó en falta una mínima presencia institucional del Gobierno de la nación. No estuvo ningún ministro ni alto cargo del ejecutivo y del PP, aparte de la presidenta regional; acudió únicamente un "segunda fila" como es Iñaki Oyarzábal, secretario general del PP vasco. Tampoco acudió ningún dirigente del PSC ni del PSOE, lo que en sí no constituye ninguna novedad, pero es un síntoma grave y preocupante de lo mal que está el principal partido de la oposición.

Pasadas estas dos demostraciones de fuerza en la calle -la de los nacionalistas y su cadena independentista del pasado 11 de setiembre y la de los que no quieren ir por ese camino y su concentración del pasado 12 de octubre-, el problema político sigue ahí y le afecta fundamentalmente al presidente del Gobierno de España, que da toda la impresión de que no quiere coger el torno por los cuernos. Como le aconsejaba a Rajoy el exministro catalán en los gobiernos de Aznar Josep Piqué, hay que hacer política en Cataluña porque el simple paso del tiempo no va a arreglar precisamente el problema, sino todo lo contrario.