Nadie puede ser privado del derecho a decidir libremente, ha escrito alguien esta misma semana con la vista puesta en Cataluña. Es cierto. Pero decidir con libertad significa elegir con una información real, no con una realidad falsificada por embustes históricos. Y en dos comunidades autónomas españolas -ahora también en alguna más- se está engañando a la gente sobre su propia historia desde que se instauró el llamado Estado de las autonomías.

En Europa hay países muy centralizados, como Francia, que funcionan bien. Hay otros con una estructura federal que también funcionan a la perfección. Alemania, por ejemplo, si bien las cuatro comunidades autónomas españolas consideradas históricas -Cataluña, País Vasco, Andalucía y Galicia- poseen tantas o más competencias que los estados alemanes. En España se podía haber optado por un modelo u otro cuando llegó la hora de la democracia. En la creación de 17 comunidades autónomas tuvieron un peso decisivo dos circunstancias. La primera, la identificación del centralismo con el franquismo. La segunda, un intento burdo de diluir la autonomía catalana. También la vasca, pero sobre todo la catalana. o en vano el estatuto de autonomía que obtuvo esta región en 1932 produjo el primer ruido de sables en un Ejército que hasta ese momento no había sido desafecto al nuevo régimen, y que en gran parte continuó siendo republicano incluso después de iniciada la guerra civil, aunque con recelos.

Si en aquel momento se hubiera fijado un tope de transferencias -que no tenía por qué ser igual para todos-, hoy no estaríamos hablando de independentismos. Por lo que respecta a Canarias, coincido con lo dicho en su día por Bernardo Cabrera de que estas islas debieron ser la primera comunidad autónoma. o por motivos políticos -criterio que defendía él-, sino por cuestiones meramente geográficas. Las dos únicas autonomías de Portugal son los archipiélagos de Azores y Madeira. Pero Canarias ya tenía un régimen fiscal, e inclusive administrativo con los cabildos, diferenciado de la Península. Bastaba con potenciar esas singularidades sin entrar en el saco común de la vorágine autonómica, que es en lo que se ha convertido el apaño de 1978 treinta y cinco años después.

Viene esto a cuenta de la polémica suscitada tras unas declaraciones de Bonet Ferrer, presidente de Cavas Freixenet. "Cataluña es una parte esencial de España y así es como debe continuar", ha dicho este afamado bodeguero. Una opinión como otra cualquiera porque forma parte de la esencia de la democracia que el voto de una persona valga lo mismo que el de cualquier otra, con independencia de que sea un empresario multimillonario o el más humilde de sus obreros. Lo importante no es, por lo tanto, que Ferrer piense así; lo importante es que centenares de miles de catalanes piensan como él, junto con otros, todo hay que decirlo, convencidos de lo contrario. Algo que deberían tener en cuenta los autores de frases como "Cataluña es una nación que camina unida hacia su independencia", salvo que tengan vocación de mentirosos natos. En ese caso, nada que objetar.

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