Les falta tiempo a "intelectuales" como Manuel Vicent para decir que "la derecha española odia la cultura". Acaso habría que definir, solo para empezar, qué entiende él por cultura y por "la derecha". Con respecto a la cultura no sé si acogerme a la definición dada por Nietzsche: la unidad de estilo en todas las manifestaciones de la vida. Aunque también podría quedarme con Benavente y asumir que es la buena educación del entendimiento. Criterio que me lleva, ineludiblemente, a recordar el caso de un empresario que se hizo a sí mismo porque no le quedó más remedio. Tenía catorce años cuando su padre decidió que debía aportar dinero a la casa y lo puso a trabajar como botones en un hotel. Algo en modo alguno políticamente incorrecto. Egregios hombres de la patria canaria como Paulino Rivero, Mario Cabrera o Pedro San Ginés aspiran a que todos los habitantes de estas islas trabajen en hoteles no necesariamente como directivos; les basta con que sepan cargar maletas o servirles güisquis a los guiris, amén de limpiar habitaciones, pues de esa forma nunca le harán sombra a un maestro de primaria; pero ese, una vez más, es otro asunto.

Con cultura o sin ella -más bien sin formación reglada de ningún tipo-, aquel chico arrancado de la escuela porque entonces lo primero era comer ha llegado a situarse más o menos cómodamente en la vida. Ahora pasa apuros, como todo el mundo, pero intuyo que estará entre los supervivientes cuando al final amaine el temporal. Si es que escampa algún día, claro. Frente a él veo una pléyade de aburguesados intelectuales de izquierda que nunca tuvieron necesidad de trabajar no ya antes de acabar el bachillerato, bueno fuera, sino inclusive antes de concluir su formación universitaria porque en sus aburguesados hogares -la burguesía no es patrimonio de la derecha- siempre vivieron como niños litres. Lo mismo que una señora genéticamente de izquierdas -eso dice cada vez que le ponen un micrófono delante- a la que vi abroncar a su hija porque se había puesto dos días diferentes el mismo bikini para ir a la piscina del hotel en el que veraneaban no como marqueses, sino como dinamarqueses; superlativo que empleaba un mago local pensando que los daneses no solo eran nobles sino hipernobles de nacimiento. Cuestión de cultura. Más bien de ausencia de ella, pero qué se le va a hacer.

Huelga añadir que la cultura odiada por la derecha a la que se refiere Vicent es la orgía de la subvención. Libros, obras de teatro, películas y hasta exposiciones de nabos en vinagre convenientemente apadrinadas con dinero del erario porque si sus autores tuviesen que vivir de lo que venden, o de lo que recaudan en taquilla, pasarían más hambre que el perro de un ciego. Quiero decir que la mascota de un invidente, para no saltarme la antedicha corrección política y otras soplapolleces. "A algunos les da para comer y para merendar", me respondió Pepe Hierro cuando le pregunté si se podía vivir de la poesía. A algunos sí, pero no a todos.

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