La ética camina airosa rompiendo estructuras deleznables, orillando deslealtades, abriendo espacios para la concordia y el entendimiento desde donde se puede recomponer actitudes consecuentes y que vayan hacia el objetivo que se desea. La ética no solo es querer, desear hasta lo imposible, sino abarcar los espacios donde las heridas y las traiciones se quedan atrás, como reliquias de los malos modos y de los traperismos.

La política es la teoría de la acción, y camina con desparpajo, ayudada por todos los que desde cualquier posición, la adecuada o la inadecuada, la que construye espacios muchas veces contradictorios, se escapa de lo deseable, de lo que debe ser para arroparse con los trajes del disimulo, del vituperio, y muchas veces sus fracasos los esconde tras la mentira o el escapismo.

Mientras la ética se expande, es ilimitada en lo que debe ser; la política se encorseta en los linderos de las posibilidades del momento y, aunque mire al futuro, está pendiente del día a día, se sorprende a sí misma de su cortedad y se maravilla de que el espacio del "otro" sea usurpado por la imprudencia y por la poca altura de miras que se mantiene por las irresponsabilidades y las incapacidades.

La ética va por su lado y la política por otro. Muchas veces se ha pretendido un maridaje, pero no es posible, porque pudiera existir un escarceo en los primeros momentos en que todo es aceptable y se entraría en un nuevo espacio donde las cuestiones irían mejor, universales, pero pronto se rompe la dinámica del entendimiento y la separación se hace determinante. Y cada cual ocupa su sitio, y así la ética camina por lo imposible pero deseable y la política por los márgenes de una acción que se tiene que adelantar a los acontecimientos pero no desde la comprensión sino desde la audacia.

La política, que se ha ensombrecido unas veces por los personalismos y el ansia de poder y otras por las torpezas sobreañadidas, debería encontrarse a sí misma, someterse a un psicoanálisis freudiano y sacar provecho no tanto de sus magnanimidades y ensoñamientos como de su pobreza y de sus argumentos, emboscados donde los hechos se enmascaran con eufemismos y con trampas saduceas.

Política y ética se sueñan, pudiera decirse que se desean, pero están sometidas al influjo de lo imposible y esa situación condiciona, desmoraliza y desmotiva. Siempre ha sido así y pretender mover las conciencias para procurar un encuentro es difícil, aunque debería ser una tarea y un reciclaje continuo, sobre todo, de la política que busque el regreso de la ética, para al menos tenerlo como meta aunque sea inalcanzable