No me gustan las frases hechas, y mucho menos esta, pero viene al pelo: va a ser que no. Ha sido que no, si hemos de ser precisos, porque el Gobierno valenciano ha decidido cerrar su Radio y Televisión autonómica nada más conocer la sentencia contraria a un ERE que afectaba a 1.198 trabajadores. La readmisión de estos empleados a que obliga la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana hace inviable la continuidad de ambas emisoras, a juicio del Ejecutivo regional, pues únicamente los salarios de la plantilla al completo supondrían unos 72 millones de euros anuales. A esta cantidad, obviamente, habría que añadir el presupuesto de funcionamiento.

Que Valencia no puede costearse una televisión hipertrofiada de personal es de Perogrullo. La cuestión es si realmente la necesitaba incluso en los días, tan lejanos como añorados, en los que podíamos atar los perros con longanizas. ada más ni nada menos que 1.700 trabajadores, en general bien pagados, dedicados a una tarea improductiva como lo es ensalzar las glorias de una región famosa por su huerta, sus paellas, sus fallas y poco más, habida cuenta de que los socialistas de Felipe González, con acertado criterio, prefirieron liquidar los altos hornos del Mediterráneo. Ya entonces salía muchísimo más barato pagarles el sueldo a los empleados quedándose estos en sus casas que mantener una siderurgia ruinosa.

Lo que viene sucediendo en Valencia desde hace algunos años -más o menos los que llevamos de crisis, aunque esto se veía venir antes de que empezara la debacle- es una consecuencia dura de un desastre más o menos larvado en casi todas las comunidades autónomas. Se pongan como se pongan algunos, no admitir que el Estado de las Autonomías es un fracaso supone negar la evidencia. Ya en enero del año pasado salieron a la calle nutridas manifestaciones en varias ciudades valencianas para protestar contra lo que la población considera "símbolos del derroche": el circuito de Fórmula 1 en Valencia, la Ciudad de la Luz en Alicante, Terra Mítica de Benidorm y el infame aeropuerto de Castellón. Megalomanías a las que debemos añadir la Ciudad de las Artes y las Ciencias, obra de Santiago Calatrava; el mismo bien pagado arquitecto que diseñó el Recinto Ferial y el Auditorio de Tenerife. El presupuesto inicial del Auditorio apenas superaba los 4.000 millones de pesetas. Cuando finalmente lo inauguraron, se habían gastado en él más de 17.000 millones de la antigua moneda. Aquí no se salva nadie porque nadie, moralmente, puede tirar la primera piedra.

Al final la estupidez del culo veo culo quiero autonómico terminan pagándola siempre los contribuyentes con sus impuestos y los trabajadores afectados por los despidos; personas que en su día se esforzaron en adquirir una preparación profesional y luego tuvieron la oportunidad de encontrar un empleo acorde con su formación. Lo malo no es el inmenso cúmulo de errores que se han cometido, sino el empecinamiento en mantener a flote con parches de goma barata un barco que hace agua por la proa, por las amuras, por los costados, por las aletas y por la popa; por toda la carena.

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