Tal vez a algunos les chirría demasiado en los oídos la palabra independencia. A nosotros, no. No nos puede sonar mal este término porque la independencia es la puerta de la libertad y la libertad es el don más preciado que puede poseer un ser humano, además de su propia vida. Un país independiente es aquel que no está sometido a la autoridad de otro. No es lo mismo independencia que autonomía. La autonomía es una descentralización del poder mediante la cual ciertos territorios de una nación o comunidades integrantes de la misma disfrutan de algunas facultades ejecutivas, legislativas y judiciales en ciertas materias. En el caso de Canarias el Estatuto de Autonomía únicamente es un burdo disfraz con el que España pretende enmascarar una clara situación colonial.

Hablar de independencia es hablar de poner fin a casi seis siglos de dominación y saqueo por parte de España. ¿Por qué ha de sentirse molesto alguien ante la utilización reiterada que hacemos de esta palabra? Nadie que sea un patriota auténtico renuncia a la libertad de su tierra. No es el caso de Paulino Rivero y sus compinches políticos, que no son patriotas ni nacionalistas, sino falsos nacionalistas o bolsilleros políticos. La imagen del presidente del Gobierno regional esta misma semana en el Parlamento de Canarias acusando a un partido de alentar a EL DÍA pese a que somos un periódico independentista -a muchísima honra- no puede ser más absurda. ¿Cómo es posible que un nacionalista nos recrimine pedir que Canarias recupere la libertad que les fue arrebatada a nuestros antepasados? Es posible porque Rivero, Mena, Barragán, González Ortiz, el niñito del papá político Ríos y algunos más no sienten el nacionalismo canario. Al contrario: tienen amordazados a los auténticos nacionalistas que militan en CC para que no se muevan.

Recuperar la libertad: a este punto queríamos llegar desde el comienzo del editorial de hoy. No nos parece mal, insistimos, que se hable de independencia, pero si a alguien le suena muy fuerte este término, puede referirse al proceso emancipador que estamos viviendo en estas Islas como una recuperación de lo que en su día les fue robado a nuestros ancestros. ¿Es un crimen recuperar la libertad? ¿Es un delito tratar de poner fin, siempre por vías pacíficas porque detestamos cualquier tipo de violencia, al despojo continuo que sufrimos a manos de la Hacienda española? ¿Dónde está el crimen, en reclamar lo que nos pertenece o en permanecer de brazos cruzados viendo cómo nuestra gente pasa hambre, asistiendo a funerales por las muertes en las listas de espera para la atención hospitalaria o despidiendo a nuestros jóvenes, que se ven obligados a emigrar en masa porque aquí no hay trabajo para ellos, sino para los que vienen de fuera? Sí, trabajo para los foráneos y no para los canarios, por mucho que un deleznable periodista godo arremeta contra nosotros con acusaciones de xenofobia y racismo, incluso a sabiendas de que ningún disgusto le depararán los tribunales por ello. Porque esa es otra circunstancia digna de que nos echemos las manos a la cabeza.

Ay de nosotros si osamos decir, en una información evangélica por la pulcritud con la que ha sido redactada, que deben investigarse ciertos asuntos en México que afectan a determinados políticos canarios. No dijimos que tal o cual político fuese culpable, ojo, sino que había algo raro y resultaba imprescindible aclararlo por el buen nombre de las personas y las instituciones. Fue mucho menos que lo publicado por un portal de Internet y por un diario español de difusión nacional. Ninguna denuncia fue presentada contra estos medios, pero a la señora Mena le faltó tiempo primero para denunciar a EL DÍA y luego para conseguir una sentencia condenatoria en menos de veinticuatro horas. odo un récord cuando algunas decisiones judiciales, por ejemplo la relativa al "Prestige", han tardado más de una década en dictarse. Pese a ello, siempre hemos confiado en la Justicia y seguiremos haciéndolo.

Una confianza en los jueces y fiscales que no nos impide reclamar una Justicia canaria, de la misma forma que pedimos unas leyes canarias. Unas leyes promulgadas en las Islas atendiendo a nuestra idiosincrasia de isleños, y no las que nos imponen los godos desde Madrid. Godos, no peninsulares, aunque también son peninsulares los políticos que no entienden la necesidad de independencia que tienen los canarios. Hay razones geográficas -estamos a 1.400 kilómetros de las costas españolas y en otro continente-, hay razones económicas -no podemos seguir en la miseria cuando poseemos recursos suficientes para vivir como los ciudadanos más ricos del planeta- y hay razones históricas: Canarias era una tierra libre en la que vivía un pueblo pacífico sometido al genocidio más cruel que se ha cometido jamás. Hoy el pueblo canario es otro porque han pasado muchas generaciones desde aquel infame crimen. Somos propensos a perdonar, pero no podemos olvidar. España debe reparar lo que hicieron sus antiguos gobernantes, y debe hacerlo no concediéndonos la independencia, en su sentido estricto o revolucionario, porque no necesitamos gestos generosos, sino devolviéndonos aquello de lo que fuimos privados. No pedimos un acto de caridad, sino de justicia.

Ha pasado mucho tiempo desde la conquista de estas Islas, pero seguimos sintiéndonos tan canarios como los aborígenes que las habitaban. Una sociedad primitiva pero que poseía sus estructuras sociales y familiares. Somos canarios y somos africanos porque estamos a menos de cien kilómetros de la costa de Marruecos, pero también somos europeos porque europea es nuestra cultura y nuestra lengua. Hasta nuestra moneda -que es y será el euro, no el áfrico- es europea. Lo lógico sería que, una vez arriada la bandera española e izada la canaria con sus siete estrellas verdes -y no la de los perros lamiendo la bandera española que es la que le gusta a Paulino Rivero-, nuestras relaciones con España sean buenas, como han de serlo los intercambios entre dos países que han tenido un pasado común y que se tratan de igual a igual. Hubiésemos preferido que no existiera ese pasado en común por lo que supuso para Canarias la vil invasión de las tropas castellanas acompañadas por sus mercenarios. Sin embargo, no podemos cambiar la historia.

De España y de los gobernantes españoles, y no de Canarias y de los canarios, depende que las relaciones de futuro sean buenas o, simplemente, inexistentes. Lo más apropiado sería un gesto de iniciativa propia por parte de los gobernantes de Madrid. Una actitud que el Gobierno español, haciendo gala de una cerrazón que viene de muy atrás, no es capaz de adoptar ni siquiera con Cataluña, por lo cual es previsible que cuando se produzca la inevitable independencia de esa nación las relaciones entre ambos países estén muy enrarecidas.

Inevitable lo es también la independencia de Canarias, pésele a quien le pese. Ya no hay marcha atrás en nuestro Archipiélago, como tampoco la hay en Cataluña, Vasconia y, llegado el momento, también en Galicia. La historia recuerda con honor a los grandes libertadores de los pueblos del mundo, como lo son Gandhi, Mandela, Bolívar o el propio Cubillo, a quien intentó asesinar el Gobierno español para que no incitara a los canarios a recuperar su libertad. En cambio, no hay honor ni recuerdo para los opresores. Para los criminales que han cometido asesinatos en masa y hasta genocidios, que es lo que ocurrió en Canarias. ¿Arremeterán contra nosotros los godos de siempre por decir esto?