En la Edad Media, la plebe estaba deslumbrada por los reyes y los nobles, -una sublimación de su propia miseria-, permitiéndoles ridiculizar, castigar y exhibir las deformidades de sus congéneres, los bufones de corte, hasta el punto de hacerles el coro en sus malévolas conductas. Razones culturales y sociales pueden justificar esta deleznable forma de actuación que, cuando todos creíamos superada y evolucionada por las nuevas teorías del pensamiento, se nos hace añicos en el aire al constatar que nuestra sociedad sigue fascinada por la banalidad, por la estulticia, y por unos personajes cuya principal cualidad es la vaciedad. Hoy se valoran la mediocridad y la charlatanería como vehículos que propician la trascendencia mediática. Dicho en otras palabras, triunfan los idiotas, los incultos y los maleducados.

Soy consciente de que estas reflexiones pueden molestar a más de uno, pero a riesgo de dejar de ser políticamente correcta, eludiendo expresar lo que pienso, me ratifico en que entre el clamor de tanto imbécil, las mentes preclaras y los pensadores heterodoxos están condenados al silencio.

Dejando de lado la ironía, la verdad es que nunca ha habido tanta gente en los medios de comunicación ocupando los espacios de cotilleo en los que se especula sobre las intimidades de los famosos y reflexionando sobre nimiedades. Unos son intelectuales, otros analistas, algunos, periodistas afamados y muchos, mediocres arribistas que tienen por cometido el desentrañar misterios personales.

Y es que el mensaje que se trasmite es que hoy no hace falta estudiar, ni mucho menos invertir en educación, para triunfar. Ahora lo que se lleva es ser malhablada, tener una vida inestable, vender cada secuencia de tu extraña existencia, vestir como una arrabalera, gritar, comer con la boca abierta, carecer de modales y colgarse el cartel de vulgar, es decir, hacer todo aquello que pueda considerarse una trasgresión de las formas. Estas son las claves del éxito, y si no me creen, ahí tienen el ejemplo de la Princesa de San Blas, quien merced a tanto programa del corazón y a tanto profesional reconvertido, ha alcanzado tal cota de popularidad que acaba de publicar un libro para cuya adquisición hace cola media España. Sí, han leído Vds. bien, dentro de muy poco la profundidad filosófica de esta señora va a competir con la sustancia en la ética spinoziana, con las reflexiones de Hume, Pascal o Kant, y con los estrechos vínculos entre los mitos y las estructuras sociales analizados por Lévi-Strauss. Estamos ante un éxito de ventas.

Así es España, un lugar en el que las poderosas televisiones y sus libertades, igual que hacían los reyes y los nobles en la Edad Media, siguen deslumbrando al pueblo llano, contribuyendo a educar a la ciudadanía en la cultura del cotilleo, la maledicencia, la ausencia de maneras, el escarnio y la burla fácil. La culpa es de todos, pues en el fondo, con nuestra pasividad, estamos haciendo los coros a estas conductas deleznables no reprobando que bufones como Belén Esteban se conviertan en escritoras, en princesas de los idiotas, en personajillos de vodevil que, ya puestos, ¡igual hasta tienen algo que decir!