Cuando se pierde la mirada y esta se deposita en el infinito, pasando por encima de personas y de cosas, o se baja a los dispositivos que la tecnología ha puesto delante de los ojos de millones de personas se concluirá sin opción a perdernos en esta conclusión que el futuro está tan distante como los nubarrones que allá a lo lejos se divisan, o aquello que desfila ante nosotros emitido por las maquinitas esas de alta tecnología.

Los científicos a la antigua usanza fueron unos eternos despistados que entre el microscopio y las pizarras llenas de fórmulas matemáticas se olvidaban del entorno que los rodeaba y se ensimismaban enredados en sus pensamientos y elucubraciones, que fueron dando fruto y que hizo posible que a través de sus estudios y descubrimientos la sociedad actual cuente hoy con todos los avances que han favorecido el bienestar social.

Fueron miradas perdidas plenas de intrigas que se debatían en el mundo del conocimiento, positivas y requeridoras de aplauso y de respeto. Hoy, las miradas, sobre todo de aquellos que pretenden construir nuevos mundos, que rompen lo establecido, se pierden en el afán de irse ellos también por el mismo carril de sus miedos ocultos y de sus múltiples incongruencias, porque saben que están en el engaño, en la mentira soterrada descubierta en el menor descuido que soportan y que son múltiples.

No se trata de demostrarnos que son valientes, que su capacidad es ilimitada, porque saben que no es así, que al escaparse de la cotidianidad, de las realidades crudas y lacerantes, el recurso de mirar al infinito es el más adecuado para evitar descalabros personales y críticas aceradas. Y es que, estando ausentes, es como si transitaran en otro planeta, si conversaran con no se sabe qué personajes de ficción y que, una vez que bajen, se sitúen en el campo de la vida tal cual nos van a sorprender por todo ese tiempo que estuvieron navegando entre brumas pilotando aviones de desidias y torpezas.

Y nos dirán que por ahora no hay nada que hacer, que tal vez mañana las cosas vayan a arreglarse y que en el fondo, si fuera así, lo que ponen en duda, todo se deberá a que su mirada anduvo más de lo normal perdida en el horizonte, ajena a la gente e imbuida del despiste universal.

uando se habla de reciclajes personales acordes al lamentable espectáculo que se da en la sociedad, lo mejor no es mirar para otro lado sino que hay que dar la talla, y ahí estriba el problema y, eso sí, seguir esperando, como en aquel drama, a Godot.