La felicidad no es un estado. Es un camino. Un sendero distinto para cada uno. No está en las cosas. Ni en las riquezas o los tesoros. Más de principios que de finales. De procesos, de intentos, de esperas... de deseos. Son pequeños y grandes disfrutes. Que se sienten mientras llega lo esperado. Pensar en lo que va a suceder, en quien vas a ver, en lo que va a ocurrir y te hace sentir bien. Más en dar que en recibir. En procurar que en conseguir. En perseguir que en encontrar.

Los finales no existen. La estación de destino, en el camino de la felicidad, tampoco. Todo pasa y todo queda. Todo ocurre en el pasar. Deprisa. Demasiado. Rápido como la brisa fría. Ese cuchillo de viento que corta las tardes de las zonas de sombra en diciembre. Será hora de parar. De ralentizar los momentos. De cerrar los ojos y mirarnos dentro. Donde el corazón habita y los terrores desaparecen: la crisis, el mal, la decepción... Dentro, donde el amor quema, desgarra, arrebata, aprieta el pecho hasta no dejarte respirar, como un zorro con garras de cristal, agua fría que te abre los poros para dar y darte.

Ese lugar del interior donde los recuerdos desafían al presente. Donde se asesinan unos sueños y otros se resucitan. Labios sobre tus labios. Detente. Frena tu paso. Mírate dentro, donde las ausencias agrandan el río del alma, y te ahogan, y quieres flotar, y no puedes, y de repente puedes. Y aparece el sol entre gotas de lluvia, es 29 de diciembre, estamos en Navidad, y los niños con sonrisas de algodón, manzana y rosas. Asómate y mira. Dentro, donde las últimas lágrimas son una cicatriz del pasado, ya no perduran y la felicidad te busca. Ese lugar donde regresas en este momento. Aunque sea por cinco minutos. Vuelve dentro y repudia tanta superficialidad, tanta cosmética, tanta mentira. Dentro: donde tú eres tú y nadie, nunca, ha de poder engañarte. Donde sientes, antes de perder, que estás perdiendo. Donde también ganas. Mira dentro, te lo pido como una oración. Cuando cierras los ojos y miras en el buzón de tu interior, en el que eres tú y sólo tú, encuentras lo imprescindible. No te amargues. No amargues. Vence tristezas y penas. Y penurias. Recoge mi felicitación de Navidad. Sonríe. Amas y te amas. ¡Vives! Es lo importante. Dentro: ahí quiero abrazarte. Ahí está la felicidad. Inquieta, radiante, juguetona.

Me encuentro con los amigos de infancia y ya casi no nos cuesta decirnos que nos echamos de menos. Cada vez nos cuesta más separarnos. Cada uno tiene su vida. Desde hace tiempo. Mucho. Y la distancia, mucha también, no ha sido capaz de enterrar los momentos de felicidad que vivimos y que nos unirán siempre. Y su recuerdo compartido nos hace sentir bien. Y buscar más. Nos hace felices. Y comienzas a ser feliz desde que sabes que los vas a encontrar.

Deseo. Que cuando llegue 2014, nos encuentre mirando el porvenir con ventura. Que cuando te marches regreses. Que un viento poderoso con ciclogénesis –explosiva o no- barra el batallón del dolor, las puñaladas... Pido que no falten las buenas compañías. Que resistas, que te amen. Que las lágrimas sepan a miel. Que escapes de la vida virtual que nos envuelve sin saber que la vida pasa, corre, tan veloz y tan caprichosa. Solicito que no paguen siempre los mismos. Que lo aparente no tenga más valor que lo real.

Ahora que te vas 2013, solicito un chaparrón de bondades. Para todos aquellos "afiliados" a esta columna. Para los que me envían correos con palabras que emocionan, que corren pecho abajo, inquietas. Quiero agradecerles todo lo que les debo. Por compartir, por acudir aquí domingos alternos a recolectar ilusiones. Por decirme gracias cuando soy yo el agradecido. Para los que recortan esta columna... coleccionistas de ilusiones. Para todos ellos deseo un venturoso 2014 desde el más profundo de los agradecimientos. Feliz 2014 para los que aguardan un final feliz para todas las películas a pesar de la triste película del presente. Feliz para los que no son felices. Para los que siéndolo no quieren dejar de serlo. Feliz 2014. También, y sobre todo, para ti.

Feliz domingo.