Los pequeños, los medianos y hasta los grandes comerciantes llevan tanto tiempo tiritando del frío que les supone ver sus establecimientos vacíos y la caja registradora con telarañas, que no terminan de creerse el repunte de estas Navidades. Un 8% más de ventas en determinadas regiones españolas -Canarias entre ellas- es un dato alentador sobre todo porque permite entrever que las inminentes rebajas no acabarán en el mismo desastre de años anteriores. ¿Hay recuperación? Indudablemente, sí; y eso no le pesa a nadie, contrariamente a lo dicho por Paulino Rivero en su perorata de Nochevieja, porque si algo hemos aprendido en este país es que cuando llega una crisis de verdad nadie se libra. En mayor o menor medida, los cinco o seis años que llevamos de angustia nos han afectado a todos.

Antes de que la economía se enfriase de la noche a la mañana Canarias vivía, por este orden, de la construcción, del turismo y del consumo sustentado en los ingresos familiares proporcionados por estos sectores. Reducida casi al mínimo la actividad constructora, queda el turismo y el consumo siempre dependiente del número de personas que estén percibiendo un salario o una prestación por desempleo, con el daño añadido de que casi la mitad de los parados canarios (un 47,9%) no recibe dicho subsidio.

a primera buena noticia del año ha sido la reducción del desempleo. Hablar de 10.862 parados menos en Canarias, que en total son 147.385 si consideramos el conjunto todo el país (el primer descenso anual desde 2006), permite un optimismo sustentado en algo más que las buenas intenciones habituales de los que poco hacen aunque siempre están a la caída de la hoja para adornar su nula gestión con plumas ajenas. ¿Recuperación real o, como dicen algunos economistas, el rebote del gato muerto al caer contra el suelo? o veremos en los próximos meses. No menos interesante es la pregunta de si la recuperación incipiente se debe a las medidas adoptadas por el Gobierno central o que hemos descendido hasta tal límite en la ruina general, que la única opción posible es el ascenso paulatino o quedarnos como estamos. Quedarnos como estamos supondría una desgracia colectiva.

Al margen de la posible eficacia, tan cacareada por el PP, de la tímida reforma laboral -Europa le exigía y le sigue exigiendo más al Gobierno español-, continúa siendo muy preocupante el nulo cambio en el discurso de los políticos. Ahí tenemos a tres presidentes de cabildos -Carlos Alonso, Casimiro Curbelo y Alpidio Armas- en claro desacuerdo con el límite legal de cargos públicos que pueden cobrar sueldo. Considera el presidente gomero que al final sólo se podrán dedicar a la política los que tengan su economía resuelta. Una situación indeseable, desde luego, pero no tanto como lo es que muchos accedan a la política para resolver su economía.

Sea cual sea el caso, esa miríada de cargos públicos obligan a una presión fiscal descomunal para mantenerla. Y mientras las empresas vean tan mermados sus ingresos por la vía impositiva, como está ocurriendo ahora y va a ocurrir aún más a partir de ahora si se materializan los planes de Montoro, cabe entrever que les quedará muy poco dinero para atreverse a seguir contratando trabajadores.

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