Ni por asomo quisiera emular el gesto de don José Ortega y Gasset, cuando le puso la puntilla definitiva al reinado de Alfonso XIII, pero el espectáculo ofrecido por Juan Carlos I en la Pascua Militar del pasado día seis me lleva a evocar aquella sentencia histórica del filósofo español que sirvió de título a un artículo publicado en El Sol madrileño el 15 de noviembre de 1830.

El lunes pasado, la Casa Real incurrió en una gravísima irresponsabilidad al no haber previsto la incapacidad manifiesta del Rey para presentarse en público y, en particular, para leer un discurso oficial como el programado tradicionalmente para esa fecha. Esos actos han de ser ensayados con especial cuidado hasta obtener el visto bueno de los asesores correspondientes.

El Rey no solo sufre de sus caderas, quizá las reiteradas anestesias quirúrgicas recibidas hayan hecho mella en otros órganos más sutiles del monarca y alguien debería haberlo advertido a tiempo.

El Rey padece en estos momentos de una dislexia manifiesta, una dificultad en la lectura que genéticamente se le había observado ya, pero que ahora parece agravada de modo concluyente.

¿Reparó en esto el equipo encargado de preparar las apariciones públicas reales?

Quizá a ese equipo le convenga ver una película como El discurso del rey, una pequeña obra maestra de la filmografía británica dirigida por Tom Hooper e interpretada por Colin Firth, en su papel de Jorge VI de Inglaterra, y Geoffrey Rush, como el logopeda australiano Lionel Logue que se responsabiliza de curar la tartamudez del padre de la hoy Isabel II del Reino Unido.

Si el equipo aludido hubiera conocido ese film habría previsto con antelación el agravamiento de las dificultades lectoras de Juan Carlos I y hubiera optado, al menos, por dos soluciones inteligentes: la de excusar la asistencia del monarca a ese acto hasta su total recuperación, o la de haber mejorado, con la terapia correspondiente, los reflejos lectores del Jefe del Estado.

La imagen es la imagen, y la imagen de un rey recién intervenido de nuevo en su frágil cadera, acosado por el deterioro de la institución que preside e incapaz de dirigir su palabra a las más altas autoridades civiles y militares del país, es la imagen de una debilidad que llega a producir compasión.

La llamada Casa Real le ha hecho un flaco favor a su máximo representante. ¿O quizá quiso rentabilizar esa debilidad física y mental del monarca para paliar los feroces ataques que desde tantas instancias se le perpetran?

Las razones y sinrazones de esos ataques no son el motivo de estas líneas.