La localización de la producción de bienes y servicios se determina por la ventaja comparativa de los países que lo hacen igual y más barato. Las multinacionales, en la práctica, los verdaderos poderes fácticos, localizan la producción, en aquellos países, en que le resulta más rentable, por menor costo. Es verdad, que esto favorece a los países menos desarrollados y más pobres, pero por el contrario, los países desarrollados, experimentan una desertificación industrial, que crea un estancamiento, elevamiento del nivel de personas que no pueden acceder al mercado de trabajo y un empobrecimiento generalizado. La raíz de ese desequilibrio es que en los países menos desarrollados los salarios son muy bajos y la protección social casi inexistente, y en la medida que se van subsanando, la producción se va desplazando a otros destinos con costes más bajos.

Las multinacionales se rigen por un solo criterio: la rentabilidad. Se deben a la opinión de los mercados financieros, y éstos, al dinero. Los gobiernos, ante los inversores financieros y las multinacionales, están bajo su dominio y control.

Mientras, en los diferentes países, los asalariados y pequeñas y medianas empresas, son los principales contribuyentes fiscales, las multinacionales y grandes fortunas y los grandes fondos financieros, bajo múltiples subterfugios legales y contables, pagan muy pocos impuestos.

La banca, lugar donde tenemos localizados nuestros ahorros, no se la puede dejar caer, porque es mayor el coste que el beneficio para los impositores y el fisco. Los errores de los bancos, los pagamos todos. Pero los particulares y pequeñas empresas, pagan en sus problemas con la banca, unos costes procesales y intereses de mora que son pura usura e inmorales, sin que las leyes y las autoridades públicas hagan nada. En una crisis duradera y profunda como la actual, la banca se queda con todo a precio de saldo, sin que nadie diga o haga algo.

La cultura dominante es consumir, tener. Esa subversión crea un profundo malestar social cuando una sociedad no dispone todo, y en todo momento.

¿En que dirección hemos de ir? No a la economía de la exclusión. No puede ser que no sea noticia que muere de frío un anciano en situación de calle, y que sí lo sea una caída de dos puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar que se tire comida cuando hay gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy mandan los mercados y como consecuencia de ello, grandes masas de población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Los excluidos no son "explotados" sino desechos, "sobrantes", no se vive en la sociedad, abajo, en la periferia, sino que se está fuera.

No a la globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe.

No a un dinero que gobierna, en lugar de servir. Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiada humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona.

Una reforma financiera que no ignore la ética requeriría un cambio enérgico por parte de los dirigentes políticos, éstos deberían afrontar este reto con determinación y visión de futuro, sin ignorar, por supuesto, la especificidad de cada contexto... los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos: Urge una solidaridad desinteresada y una vuelta de la economía y las finanzas a una ética a favor del ser humano.