Recuerdo los tiempos -no con añoranza- cuando se publicaban en Tenerife dos diarios, El Día y La Tarde, que mucha gente personificaba en sus propietarios -el de don Leoncio y el de don Víctor-. Los lunes se editaban también La Hoja del Lunes y el Aire Libre, y con ellos la sociedad tinerfeña estaba sobradamente informada de lo que acontecía por esos mundos de Dios. Cierto es que las noticias carecían de la inmediatez que gozan en la actualidad pues el servicio telegráfico no daba para más, si bien la introducción del télex y el fax en las redacciones aceleraron notablemente el proceso; no hacía falta inventar noticias para rellenar los huecos que al cierre de la edición el redactor-jefe detectaba.

El cambio que han experimentado los medios de comunicación en los últimos años ha sido tan notable que ha merecido el tratamiento y análisis de cientos de autores, hasta cierto punto preocupados por el alud de noticias que cae diariamente -mejor dicho, cada minuto- sobre el lector, oyente o espectador sea cual sea su condición. Se menciona el acontecimiento, se transmite la noticia, y que cada uno saque de ella las conclusiones que quiera; ese es, al menos eso creo yo, el espíritu del periodista. Luego le llegará el turno a los comentaristas, que darán su opinión al respecto, ponderando los pros y los contras de su mensaje y analizando su oportunidad, alcance y trascendencia.

Y es en este punto cuando abordo el tema de este artículo -que he estado tentado de tratar desde hace unas semanas-, pues no he leído hasta ahora ningún comentario a pesar de su gravedad: me refiero a los desprendimientos que se han producido en la fachada del Palacio de las Artes de Valencia, asunto que -ojalá me equivoque- nos afecta directamente. Por las informaciones que me han llegado, el trencadís se ha "despegado" en muchos sectores y puede que el daño se extienda. Ese material, para quienes no lo conozcan, se utiliza mucho en la arquitectura catalana -¿quién, que haya estado en Barcelona, no conoce el Parque Güell?- y consiste en un revestimiento formado por trozos de azulejos. Estos se adhieren a una tela, que luego se pega a la fachada en cuestión con un mortero especial, dando lugar a un efecto realmente sorprendente y agradable a la vista debido a los reflejos que la luz produce en su superficie. Hay algunos materiales modernos que intentan sustituir al trencadís -de hecho lo han logrado pues son mucho más económicos-, pero carecen de su acabado y prestancia. Por eso ha sido un material que ha gozado desde hace mucho tiempo del afecto -vamos a emplear ese término- del arquitecto Santiago Calatrava, que lo ha utilizado no sólo en el Palacio de las Artes valenciano sino... en el Auditorio Adán Martín tinerfeño, que es posiblemente donde nos va a doler si no se adoptan las medidas que los técnicos establezcan.

Porque el pasado día 10, en una reunión celebrada entre la UTE (Unión Temporal de Empresas) formada por las constructoras Dragados y Acciona y representantes del estudio de Calatrava, se adoptó el acuerdo de reparar los daños ocasionados en la fachada del Palacio en cuestión, que en principio se cuantifican en unos 3.000.000 de euros. Hasta ahí la noticia, que no tiene nada de extraordinaria pues, habida cuenta el prestigio de los mencionados, todo el mundo consideraba procedente, pero, pregunto yo, ¿se actuaría de la misma manera si ocurre lo mismo en la fachada de nuestro Auditorio? Permítanme ponerlo en duda -rindámonos a la evidencia- pues nuestro "peso" no es el mismo que el de los valencianos. Seguro que al final el problema se resolvería ya que la empresa que construyó el Auditorio tiene un prestigio que, llegado el caso, no le interesará perder, pero me atrevo a decir que el acuerdo se dilataría más de lo aconsejable. Por eso he encabezado el artículo con esa frase tan utilizada por la clase médica, mejor prevenir que curar. No estaría de más que el Cabildo -concretamente su presidente, que tan buenas sensaciones viene dando en el corto tiempo que lleva en el cargo-, diera las ordenes pertinentes para comprobar el estado de la fachada del emblemático edificio, que en poco tiempo ha llegado a ser, como el de la isla, símbolo de Santa Cruz. Es posible que actuando así se ataje el posible mal y pueda repararse con un bajo coste.