1.- Cuando estaba cerrada a cal y canto la cueva de Altamira, que ahora se reabre con visitas reducidas, yo estuve allí. Me invitó el Banco Santander y tuve la oportunidad de recorrerla en compañía de una guía. Un pariente del actual fue quien primero la estudió, tras ser descubierta por un cazador. Ha sido muy analizada por los especialistas y pueden conseguir en la Red toda la información, así que me ahorraré hablar de ella en su sentido más técnico, pero sí como experiencia personal. El Santander, gracias a su director general, José Luis Martínez-Marauri, ya fallecido, amigo íntimo de y del médico tinerfeño Ruperto González Giralda, me puso un coche para que recorriera Santander, cuyo final de trayecto sorpresa era la cueva, que estaba cerrada a cal y canto excepto para los investigadores. Con ocasión de que ahora la reabren sólo para visitas de cinco personas a la semana, o algo así, quiero contarles que yo, hace veinte y cinco años, o más, fui un auténtico privilegiado.

2.- Parado dentro de la cueva, en compañía de aquella especialista en la prehistoria española, fui haciendo preguntas a mi acompañante y logré meterme en la época. ¿Cómo es posible que el hombre del paleolítico haya sido capaz de lograr esos dibujos de animales con un estilo extraño, pero que revelaban el enorme arte que los visitantes prehistóricos de esa cueva tenían dentro? Hay lugares a los que la luz solar no entra; ¿cómo los pintaron con esa perfección? La cueva nunca fue habitada, sólo era el estudio de pintores de varias épocas que lograron convertirla, por sus paredes lisas, en la Capilla Sixtina del arte rupestre. Almorzando con mi acompañante en el parador de Santillana del Mar recibí una lección de arte paleolítico que no he olvidado.

3.- Creo recordar que la cueva tiene unos 280 metros de longitud pero no sé cuánto tiempo estuve dentro de ella, admirando sus paredes y sus techos e imaginándome el trabajo de los autores de aquella maravilla. Tonos rojos, ocres, negros, pinturas que hoy mismo serían extraordinarias. Ahora pretenden abrir la cueva al público, de momento poquito a poco, para si no pasa nada y no se dañan las pinturas que la gente pueda entrar en grupos más numerosos. La montaña está en silencio y Santillana del Mar no tiene mar, sino piedras, piedras viejas y mucha quietud.

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