Comenzamos con el título de una noticia incluida ayer en nuestra primera página: "La destrucción de empleo continuó el año pasado, aunque se moderó". Falso edulcorante el recurrir a la moderación en la caída porque, independientemente de la velocidad con que lo hacemos, la triste realidad es que seguimos descendiendo hacia las profundidades del pozo negro al que nos han arrojado, en comandita, el colonialismo español y la pésima gestión de un Gobierno autonómico que debería haber dimitido hace mucho tiempo si tuviese vergüenza política, que no la tiene ni la ha tenido nunca.

No nos cansaremos de decir que el crecimiento del empleo no será posible en España mientras se mantengan las actuales leyes laborales y fiscales. Y si España va mal, ¿qué podemos esperar nosotros, los canarios, al vivir en una infame colonia española? Pues, simplemente, nos cabe esperar lo peor de lo peor porque los territorios colonizados, y por consiguiente esquilmados salvajemente, siempre se llevan la peor parte de las tragedias. En pocas palabras, nuestro destino, salvo que Dios lo remedie, es vivir como lo hacen los habitantes de los países más pobres del planeta. Pronto vestiremos harapos y comeremos a costa de la caridad de otras naciones más desarrolladas. De hecho, son ya miles los hogares canarios que viven de la beneficencia porque todos sus miembros están en paro. El hambre ya la tenemos encima. Y la lepra de las listas de espera sanitaria, también. Y el desconsuelo de los jóvenes obligados a emigrar porque en su tierra no encuentran trabajo. No lo hallan porque ya no vivimos en unas islas afortunadas. Eso era antes. Ahora deambulamos aturdidos por nuestros muchos infortunios en unas islas desgraciadas. En una tierra maldita por culpa de España.

No queremos ponernos apocalípticos para dar pie a que los lacayos periodísticos de Rivero nos lancen sus críticas habituales. Lo que queremos es abrirles los ojos de una vez a los canarios. Este pueblo debe reaccionar frente a lo que está sucediendo porque si no lo hace se arriesga a desaparecer. No podemos consentir que la Hacienda española rapiñe los recursos canarios mientras nuestros hijos pasan hambre. Nuestra pena no es tanto por los viejos y las personas en edad madura, porque los unos y los otros más o menos resistirán hasta que llegue el día -que ojalá esté aún lejano- en el que Dios llame a cada uno. Nuestra gran pena proviene de pensar en el negro futuro que les espera a nuestros jóvenes y a nuestros niños. Si los canarios no quieren luchar, pacíficamente, por vivir mejor ellos mismos, que lo hagan al menos pensando en esa generación que viene a continuación. ¿Podemos legarles una tierra miserable y sin oportunidades? Hagamos algo al menos por esos que están empezando a vivir.

Jamás se creará empleo mientras lo impidan las leyes. El desarrollo económico corre paralelo a la libertad y al liberalismo. Libertad para decidir por nosotros mismos en vez de acatar sumisamente lo que nos dictan desde 2.000 kilómetros de distancia. Liberalismo para que las empresas puedan adaptar sus plantillas a lo que necesitan en cada momento. Lo ideal es que anarias alcance cuanto antes su estatus de nación soberana. Sin embargo, mientras llega ese momento -que llegará por mucho que les pese a los españolistas- lo menos que pueden hacer los políticos de la Metrópoli es decretar una amnistía fiscal para estas Islas. Es imprescindible que mientras España posea esta colonia nos exima a los canarios de pagar el impuesto sobre el patrimonio y sobre la renta de las personas físicas. Se lo decimos claramente a Rajoy y a sus ministros. Si no se nos devuelve la libertad de forma inmediata, al menos durante un año necesitamos estas vacaciones fiscales para que nuestra economía no se termine de hundir hasta un punto en el que ya es imposible la recuperación. De no adoptarse estas medidas excepcionales pero imprescindibles, poco importa cuanto se haga para fomentar el empleo porque todas las acciones políticas en este sentido serán inútiles.

No nos cansamos de insistir en que, además de esa abusiva presión fiscal, estamos sometidos a unas leyes laborales que amparan a los enemigos de las empresas. Nos estamos refiriendo a los malos trabajadores que se refugian en los comités de empresa para que no puedan despedirlos.