Terminaba mi última crónica con la alineación del equipo de juveniles que jugamos contra el de veteranos en el partido de homenaje a la muerte de futbolista internacional Ángel Arocha, fallecido en campaña. Pero más interesante es, sin duda, la de los veteranos, es decir, los que estaban en edad militar, y que fue ésta: Cayol; Alombe, Ruperto, Ocho, Morera, Victoriato, Quique, Antonio Núñez, Chicote, Paco López y Diego. Donde nombres como Cayol, Morera o Chicote eran muy sonados entonces, pues habían salido a jugar en equipos de la Península, y para nosotros el hecho de poder, siquiera una vez, jugar contra ellos era algo nunca pensado. Cada uno de nosotros, aparte de nuestra colección de estampitas que venían con los chocolates Nestlé y que una de ellas era de futbolistas, cada uno teníamos nuestro equipo preferido, y el mío era entonces el de Cayol, Llombet, Morera, Arencibia, Cárdenas, Esquivel, Felipe, Rancel, Chicote, Semán y Luzbel. El que al menos 5 de esos magos del balón jugasen contra nosotros cae fuera de todo comentario.

Hablando de fútbol, el pasado 26 de enero, y en la sección opinión de un diario madrileño, un conocido escritor, en un artículo titulado "Balompié", y a propósito de una visita al general Franco por parte del Fútbol Club Barcelona, alude a la política franquista de movilización dominical de la afición masculina, "apartándola de las tentaciones de la política", pero lo que no pudo conseguir fue la imposición del neologismo balompié para "distinguir la versión española del fútbol de la del resto del planeta". Lo que es totalmente falso. En primer lugar, nada menos que el campeón de la Liga del 35 llevaba ese apellido, Betis Balompié, y no desde la semana anterior, sino nada menos que desde el año 19o7 en que se constituyó el Sevilla Balompié, que años después, 1914, fusionó con el Betis Foot-ball Club, originando el actual Betis Balompié. Pero más significativo aún es la situación de la denominación en países tan evolucionados como Estados Unidos, Italia y Alemania. En Estados Unidos, todos sabemos que al fútbol nuestro se le llama soccer mientras reservan el de fútbol para lo que en el resto del mundo llamamos rugby. Todos sabemos que los italianos llaman al fútbol nada menos que calcio y en cuanto a los alemanes, ellos tienen su fussball, que es, justamente, balompié, aunque, eso sí, en la lengua de Goethe. Después de todo, no en tan mala cosa el andar por el mundo al brazo de, por lo menos, USA, Italia y Deutschland.

Nosotros, en Canarias, debimos ser de los primeros en llegar a lo del fútbol, aunque no por deseo propio, sino, como en otros lugares de la Península, por la presencia de personas inglesas, como sucedió en Huelva o en Vizcaya, siempre en estos casos por motivos mineros. En los comienzos del siglo pasado, la principal actividad creativa comercial era la agricultura, en concreto la producción y venta al extranjero de tomates plátanos y hasta papas. El mercado exterior estaba casi reducido a un par de países europeos, dominados comercialmente por los ingleses, y así nuestros tomates y plátanos iban casi exclusivamente a Londres, lo que supuso la instalación en Tenerife (que es lo mío) de firmas exportadoras extranjeras que vinieron a establecerse aquí o que estando ya aquí decidieron iniciar esa nueva actividad que ha sido el sustento casi de nuestra vida en el último siglo. Ello hizo que incluso se crearan compañías navieras extranjeras con barcos con nombre de lugares canarios y la afluencia de barcos y personas de Inglaterra se vio aumentada notablemente y la llegada de grandes buques, para el nivel de entonces, de todo tipo, hizo posible la formalización de partidos entre el del propio barco y los incipientes locales, encuentros que se celebraban en el único entonces disponible, la plaza del Cristo lagunera.

El imprescindible libro de Juan Aparicio inicia su relato con la reproducción de una noticia de la "Gaceta de Tenerife" de 1912, titulada "Foot-ball", si bien luego en el texto se nos habla de los equipos de balompié Nivaria y Laguna Sporting Club y la primera de las fotos, de hace más de cien años, que reproduce esta memorable obra nos permita recordar nombres tan sugerentes como Spragg, Dynt, Caufield (E. y W.), Davy, Brash, Ranger y Wilson, a los que hemos de añadir los no ingleses de Hernández, Camacho y Pérez. 8 a 3, buenita cuerada...

Creo que mi buen y admirado amigo, y compañero en la media de la selección Antonio Perera hubiese disfrutado comentando conmigo estos incidentes y detalles de nuestro deporte rey. Las pocas veces que nos vimos en Santa Cruz me recordaba siempre, al saber donde yo vivía y vivo en Madrid, al lado del Sanatorio Rúber, que él hizo allí sus prácticas ya como médico y me preguntaba por las dos casas de dos pisos casi enfrente de la Clínica Ruber, en la calle del general Porlier, casas únicas en el barrio, y si continuaban allí. Le contestaba que sí, que ahí siguen y le comentaba que en una de ellas, la más deteriorada, porque la de al lado luce estupenda, puede verse una placa conmemorativa del Ayuntamiento de la capital, dedicada a la memoria de su inquilino, fallecido ya hace sus decenios, y una eminente personalidad de la introducción en España de aspectos modernos de la telecomunicación en telégrafo, teléfono y télex. Y resulta que se trata de don Emilio Novoa, cuyo hijo se afincó y casó en Santa Cruz, aunque ya han fallecido ellos también. Y me queda aún mucha historia que relatar, si Dios quiere, en las próximas semanas.