Más de una vez, nos hemos propuesto no volver a escribir sobre el turismo en Canarias. La inquietud, que al parecer no nos abandona pese a los muchos años escribiendo alrededor de lo mismo, nos hace, una vez mas, volver a insistir sobre temas de los que venimos tratando toda la vida.

Plantearse ahora una controversia sobre la necesidad o no de autorizar más camas hoteleras en las Islas no solo nos parece un disparate, sino que nos profundiza en la idea de la falta del conocimiento necesario para abordar el problema. ¿Pero no es que sobran camas en las Islas? ¿Es imposible reconvertir las que hay elevándoles la categoría si fuese necesario?

No vamos a emplear el manido tema de "estamos cansados", pero podemos asegurar que estamos hasta la coronilla de tener que estar constantemente en el mundo internacional de los profesionales del turismo -no digamos nada de los simples turistas- explicando dónde están las Islas Canarias, que en ellas no hay monos en los árboles, ni hay leones ni panteras, que los camellos están en Lanzarote como un atractivo turístico, que tenemos el mejor clima del mundo -los carnavales no- y que somos un archipiélago africano con una envidiable situación geográfica conquistado por la fuerza por los españoles hace casi seis siglos.

En este lugar, hoy, gracias a las nuevas tecnologías, nos estamos acercando a una situación en la cual se nos comienza a considerar y a evaluar todas esas enormes posibilidades que tenemos para asentarnos como un destino turístico de primerísima categoría internacional. Algo que se nos quedó grabado desde las jornadas que celebró en Tenerife la OACI (Organización Internacional de Aviación Civil) cuando apenas teníamos dieciocho años y vimos con claridad meridiana -aunque precisamente no éramos Julio Verne- cómo las Islas iban a poder ser el centro del mundo del turismo, en especial del por aquel entonces incipiente turismo europeo, algo que más tarde confirmaríamos con largas conversaciones con los próceres del turismo en Canarias, Candido Luis García Sanjuán, José iguel Galván Bello, Virgilio Suárez Almeida y algunos pocos otros, que tenían muy clara la visión de lo que las Islas podían suponer para el turismo mundial, siempre que se dieran a conocer adecuadamente.

Lástima que la política irrumpiese en el sector y poco a poco fuese acabando con todas estas ilusiones, donde hemos vendido hasta nuestra idiosincrasia solamente pensando en el dinero que se le podía sacar hoy a cualquiera de las muchas cosas que Canarias tenía como reliquias y que para el extranjero eran como joyas de una corona que comenzó con la compra de los hoteles, la instalación de sus agencias de viajes y toda esa parafernalia que lleva consigo el turismo, que le da vida y que le lleva a enriquecer regiones que como Canarias vivían en la miseria.

La ley de la vida lo fue cambiando todo. Lo que nos llevó a ser la meta codiciada del turismo de Europa se ha ido convirtiendo en un solar en el que muchas compañías internacionales han ocupado espacios considerables para justificar sus balances de inversión. is amigos economistas saben mucho de esto y me lo han explicado hasta la saciedad. Leyes confundidas que solo servían para enriquecer a unos pocos eran dictadas por países que veían en las Islas unos puntos de inversión de enorme interés para sus movimientos de capitales. Se decía que el dinero europeo venía a Canarias en maletines. No fue de extrañar, entonces, que personajes eminentes de Suramérica decidieran invertir lo que pudieron rescatar de algunos países de esos lugares sometidos a terribles crisis políticas y económicas y escogieran las Islas para asentarse, algunos con extraordinario éxito y bien organizados proyectos, que dieron una vuelta de tuerca a las posibilidades de empleo en Canarias, acabando de pronto con la emigración, que había sido la meta de todo canario que alcanzaba la edad suficiente para pensar en un mundo mejor, que vivir en una martirizada colonia donde, para que un peninsular de España viniese a trabajar aquí, se les abonaba un plus de residencia de un 40% sobre su sueldo.

Épocas de penuria que obligaron a vender casi toda la planta hotelera de las Islas, que de ese negocio los canarios no entendían nada y eran muy poco los que podían salir de la punta del muelle a enterarse de cómo caminaba, e iba caminar, el mundo, o viajaban como una maleta, me decía el sabio Leoncio Afonso.

Hasta ahí hemos llegado. Ahora con unas insufribles nóminas de personal político-administrativo, que en muchos casos no sirven para nada, nos encontramos en una encrucijada en la cual no parece vislumbrarse una posible solución, al menos para esta generación, que amparada en unos discutibles estudios universitarios donde al parecer ha desaparecido el tema Humanidades -¿será que no hace falta?- se ven obligados de nuevo a emigrar de su tierra de nacimiento, después de que desde alguna esquina de las nuevas "calles turísticas" -con farolas como las de la calle de Santo Domingo, en Puerto de la Cruz- hayan tenido que informar a algún turista despistado de dónde queda una farmacia, una parada de taxis, o un restaurante típico, porque el recepcionista del hotel donde está hospedado, de 4 o de 5 estrellas, no haya podido darle correctamente esta información.

Que no nos cuenten historias, que de esto sabemos mucho más de lo que contamos... Lástima que algunos que saben de todo esto mucho más que nosotros tengan que permanecer callados. "Los intereses creados", de D. Jacinto Benavente. Sin fe no hay paraíso, menos todavía sin trabajo.

Todavía hay quien se atreve -la osadía no tiene límites- a hablar de "turismo sostenible". ¿Ahora? ¿Sabrán qué es eso?

*Del Grupo de Expertos de la Organización undial del Turismo, UNWTO