1.- Ya se acabó propiamente el Carnaval; sólo queda la Piñata, que es un añadido para el que se queda con ganas de fiesta. La ciudad se queda sepultada en una gran meada. Han protegido hasta el edificio de Presidencia, no sea que sus nobles piedras atraigan a los meones, que se cuentan por legión. Porque el consumo de alcohol multiplica las micciones y como casi no hay sitios apropiados donde ir a mear, y los bares te espantan si no pides el cortado, pues el personal la toma con las esquinas salvadoras, con las raíces de los árboles, con las alcantarillas y con todo lo que permita esconder un poco la vergüenza, aunque muchos ni siquiera se cortan. Y así, inexorablemente, Santa Cruz se convierte, por estas fechas, en una gran meada, en un charco fétido de acetonas que no lo arreglan ni los chorros del camión de la limpieza.

Esta ciudad siempre ha adolecido de baños públicos. Unos estaban situados en la rambla, cerca de la plaza de La Paz; otros frente a la antigua casa de socorro, en el callejón del edificio que hoy ocupa el museo municipal. Pero ya, ni esos. El Ayuntamiento se peleó con los esfínteres de los ciudadanos y les ha negado toda posibilidad de evacuar. A los bares, o a una poceta. Y los dueños de los bares, lógicamente, se mosquean si entras allí sólo a eso: hombre, consume algo, por lo menos. En el Carnaval, con la aglomeración, todo se desborda y no entro en detalles escatológicos impropios de un artículo de todos los días. Y se pone Santa Cruz perdida de líquidos indeseados, pero inevitables.

3.- El Carnaval de la calle es también urgencia y desazón cuando el whisky de garrafón o la cerveza traicionera empiezan a causar necesidad. Se acude a la esquina con temblores y al personal se le va poniendo una cara de alivio contagiosa cuando provoca el río sobre el asfalto. Y otra vez al jolgorio, que es lo nuestro. Este periódico denunciaba en un editorial las horas que perdemos en fiestas; terrible. Así no podremos progresar jamás, con tanta fiesta y tanto trabajo perdido. Nos hemos convertido en un pueblo ocioso al que todavía le queda la Piñata. Incluso querían, en un tiempo, celebrar la Piñata de la Piñata. Menos mal que voces sensatas se impusieron y la cosa quedó en un intento. Y es que el Carnaval no puede durar eternamente. Hay que aguantar la meada.

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