Debo admitir que, con todas las críticas que he dirigido, y probablemente seguiré dirigiendo, hacia la marcha de la "marca España", no obstante la diplomacia española en la era García Margallo merece un análisis al menos interesado y detallado. Que el ministro de Exteriores ruso, Serguei Lavrov, haya aparecido antes por La Moncloa que por El Elíseo, en los tiempos de mayor tensión mundial desde la caída del muro de Berlín, hace ya un cuarto de siglo, resulta sin duda destacable. Como lo es el peso que la delegación española tiene en el Congreso del Partido Popular Europeo que se reúne en Dublín, con una decena de jefes de Gobierno europeos, para, entre otras cosas, elegir al candidato conservador para la presidencia de la futura, reforzada, Comisión.

Sospecho, a través de varias conversaciones demoradas, que el Gobierno español se está replanteando sustancialmente su acción en el exterior, desde un punto de vista, desde luego, comercial, pero, sobre todo, político. El pobre papel que España viene jugando en las estructuras de la Unión Europea debe acabar, me comentaba una fuente de La Moncloa, y prueba de esa nueva voluntad son las presiones que desde Presidencia y Exteriores se ejercen para "colocar" en puestos preeminentes, tanto en el Ecofin y el Eurogrupo como en la propia Comisión, a representantes españoles, llámense De Guindos y Arias Cañete o como se quiera, que ni eso parece definitivamente asentado aún.

América Latina es el otro gran eje. Estuve el martes en la cena que desde la Casa de América se ofreció en homenaje al secretario general iberoamericano saliente, Enrique Iglesias, un octogenario de envidiable agilidad física y mental. Allí estaban los Príncipes, varios ministros -García Margallo entre ellos-, los más destacados banqueros y empresarios españoles y prácticamente todos los embajadores de países latinoamericanos acreditados en Madrid. Hablé con varios de ellos, y constaté una cierta coincidencia en que se abre una nueva era para la diplomacia española y no solo, desde luego, en lo que se refiere al concepto de Iberoamérica, por más que ésta sea un área en la que la acción exterior española debe cambiar radicalmente, aprovechando, entre otras cosas, el relevo de Iglesias por la costarricense Rebeca Grynspan al frente de la SEGIB.

Hay que introducir, me dijo un alto responsable español en Exteriores, un nuevo concepto de "cumbre" iberoamericana, porque lo cierto es que las tres últimas ediciones han sido, lisa y llanamente, un fracaso, y no se puede mezclar a los países bolivarianos del ALBA con los firmantes del Acuerdo del Pacífico. No existe una sola Latinoamérica, contra lo que las tesis oficiales españolas se empeñaban, hasta ahora, en sostener. Ni puede la cooperación española dirigirse fundamentalmente hacia América Latina cuando lo esencial sería centrarla en los países subsaharianos, de donde procede la principal amenaza para nuestras fronteras en el sur, como estamos comprobando hasta la saciedad estos días.

Son líneas de acción prioritarias para una España que, piensa el Gobierno, ha dejado de ser el patito feo de Europa, cosa que incuestionablemente era hace apenas un año. Es hora, quizá, de sacar pecho en la acción exterior, procurando una mayor presencia, con voz más autorizada, para nuestro país. Rajoy, a quien la política doméstica cada día parece, lamentablemente, aburrir más, parece decidido a procurarse esa mayor presencia. Confiemos en que sea con contenidos y con un plan de futuro concreto.