Decía José Luis Sampedro, uno de los pocos sabios que nos han deleitado con sus reflexiones, que había que creer en las palabras pero advertía de sus peligros, que los resumía en el naufragio del sentido critico. La palabra, siempre lo hemos dicho, es la vía por donde trascurre todo aquello que nuestro cerebro es capaz de decidir. Según sea la palabra, que es síntesis a la vez del pensamiento, tendremos la capacidad para discernir qué se no está trasmitiendo, de la que oímos y de la que pronunciamos nosotros como impulsores de esta o aquella idea. Un mundo sin palabras sería una escenario sórdido, aterido de destemplanzas, un camuflaje donde los gestos serían su reemplazo contribuyendo ni siquiera al gemido, más bien a un avitalismo preocupante.

Pero si esto fuera así, en donde la palabra escasea la retórica se empina como un sabelotodo, y los camaleones de la frase se tornan de pelajes que se venden al mejor postor y en defensores siquiera de ellos mismos sino de los que los utilizan sin apenas darse cuenta, efectivamente, estaremos frente al naufragio del sentido critico, porque ya no se está utilizando la palabra en pro de la dignidad propia y o ajena, lo cual nos aventura a la derrota del pensamiento como preludio de la muerte de la idea.

El sentido critico debe alentarse no por lo que más abunda como debates insulsos, libros que no dicen sino que copian de lo que se ha dicho hasta la saciedad. O los aplausos bobalicones a líderes liliputienses que se creen motivadores y conductores de voluntades, cuando lo que tienen es prestado por el servilismo que han acarreado desde tiempo y que, si han aprendido algo, son tretas para desvirtuar al enemigo que también anda por el mismo camino.

El sentido crítico no debemos perderlo porque no cuesta esfuerzo. Además, al usarlo se reafirma la personalidad y se crece el individuo ante las dificultades y torpezas que percibe y que muchas veces son simples naderías, donde las palabras huecas y los pensamientos romos viven con toda la intensidad posible.

El sentido critico no es que sea uno más alejado de los que conocemos y que la naturaleza ha dotado a los humanos, es el que se perfecciona con el estudio, la lectura, la reflexión y, sobre todo, que termina construyendo una opinión perfectamente elaborada que se traduce en que las cosas por ahí irán mejor.

Cuando la palabra se pone en su sitio el sentido crítico comienza a nacer y a partir de ese acontecimiento el desarrollo de la convivencia será mejor, mas acorde con las realidades y alejadas del traperismo y del contubernio que sostiene el lacayismo y la derrota del pensamiento.